Como una luz que se apaga

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Se encontraba sumida en un mar de aguas turbias, tan sumida que resultaba imposible acariciar la superficie con sus dedos y aún así sin poder llegar a tocar fondo. Estaba a la deriva, en aquel lugar oscuro. Perdida.

Se preguntaba si habría muerto, si finalmente todo habría acabado Entonces oyó una voz, distante, sin embargo pudo reconocerla al instante como familiar. Y sintió, por primera vez, un intenso y profundo dolor casi desgarrador. Comprendió al momento que no debía estar muerta, no podía estarlo. Ya había pasado por ello, una vez, y había comprobado que dado un llegado punto el dolor se había borrado. El frío había desaparecido, su respiración se había agotado. Sin embargo aún dolía, demasiado quizá, y aún temblaba.

Una vez más volvió a oírlo.

—Ino...

Intentó responderle, quiso hacerlo con todas sus fuerzas pero no parecía encontrar los labios. Las palabras se habían perdido en aquella tumultuosa oscuridad.

Una vez más la voz insistió y finalmente se le hizo familiar quien era que la llamaba.

—Shika... —susurró, oscilando las pestañas intentando abrir los ojos. Entonces lo vio, inclinado sobre ella, a espaldas de él el cielo ya no existía. En su lugar podía ver una áspera pared rocosa.

—¡Ino!

—¿Dónde estamos? —él miró a su alrededor, y volviéndose respondió:

—Una cueva... —ella sonrió débilmente ante la voz de él pero el dolor la volvió a invadir, y la respiración comenzó a hacérsele más y más dificultosa. Por momentos parecía recuperar el aire pero en otros el oxígeno parecía escasear.

Llevó su mano al corazón, forzándose, a pesar del punzante dolor debajo de su clavícula, y comprobó que seguía latiendo. Sólo que más y más lentamente, de forma pausada y distante.

—Ino, debo buscar ayuda —sus ojos chocolate llenos de preocupación.

—No —murmuró, frunciendo los ojos en un desesperado intento de suprimir el dolor—, no te vayas.

—Ino, necesitas ayuda. Aún no estás fuera de peligro —la rubia jadeó, por efímeros instantes su vista se nublaba— ¿Ves? No puedo simplemente ignorarlo.

—Entonces llévame... —su corazón dió un vuelco y se sintió de repente debilitar, debajo de su clavícula a la derecha la herida continuaba abierta y de ella seguía fluyendo aquel cálido líquido escarlata.

—No puedo moverte, sería muy peligroso por tu herida. Debo ir.

—¡No! —él la miró preocupado.

—No es momento de terquedades, Ino. No seas problemática —sin embargo ella volvió a negar con la cabeza.

Recordaba muy bien aquel día, aquel cielo gris, aquel frío y aquella soledad. No quería tener que repetirlo una vez más.

—No quiero estar sola... cuando pase —musitó, su voz extrañamente suave.

—Ino, no morirás —la rubia levantó débilmente la mano y tomó la de él. Shikamaru se encontraba arrodillado junto a ella e Ino estaba recostada sobre una piedra. Su cuerpo inmóvil en el piso.

—No lo sabes... —cerró lentamente los ojos y arrastró la mano de él hasta su corazón, los latidos eran cada vez más distanciados y efímeros. Ante el contacto los dedos de él se tensaron, sus hombros se volvieron de repente rígidos.

—Es por eso que debo buscar ayuda... —ella negó con la cabeza.

—Quizá sea tarde para cuando regreses —suspiró y él intentó persuadirla una vez más—. No.

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