El cadáver exquisito

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EJERCICIO DE ESCRITURA Nº11 

En este ejercicio hay que escoger tres libros al azar de la estantería, abrirlos por cualquier página, seleccionar una frase de cada uno de ellos y anotarlas en un papel una tras otra.

Luego, tomamos las tres frases y las usaremos como principio o inspiración para un relato.

Se recomienda que el texto tenga un mínimo de 500 palabras.

Mis frases o fragmentos:

Cuando llegaron al edificio, le dio un beso de buenas noches. (Volver a vivir de Danielle Steel)

Antes de asomarme a estos dos despachos recorrí las distintas dependencias. (El cielo ha vuelto de Clara Sánchez)

Mientras ella hablaba, cerré los ojos y me limité a mover la cabeza de un lado a otro. (El tiempo entre costuras de María Dueñas)

 (El tiempo entre costuras de María Dueñas)

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Resultado del ejercicio:

El cadáver.

Estaba empezando a oscurecer cuando al fin llegué a la dirección que tenía apuntada en el papel. La calle estaba situada en una de las mejores barriadas de la ciudad. Había pasado por tiendas donde vendían complementos y ropa que yo jamás me podría comprar, a no ser que la jugada de esta noche me saliera bien. Tardé algunos minutos en encontrar el portal y cuando lo hice, no me sorprendió ver una puerta dorada y negra, en una fachada elaborada al más puro estilo Art Decó. El Gran Gatsby habría sido feliz aquí, pensé.

Intenté empujar la puerta, pero ésta permanecía cerrada. Me asomé entre las barras metálicas del portón, pero no fui capaz de ver nada. No parecía haber portero ni nadie en la recepción, que estaba desierta. Eso me pareció extraño, no era tan tarde como para que no hubiera nadie pendiente de la entrada. No había ninguna cerradura, sólo una especie de panel con botones que ni siquiera tenían números grabados. Parecía que fueran botones con luz, pero ahora estaban apagados.

Empujé con renovadas fuerzas la enorme puerta, pero ni siquiera se sacudió. Después de un último intento, me di por vencida. Estudié los lados de la puerta, el arco, los dinteles, las paredes laterales de piedra, todo... y no pude hallar ningún timbre, nada que declarara mi presencia en aquel exquisito portal.

Me di la vuelta para observar la calle. Parecía que de repente todos hubieran desaparecido. No había apenas coches, ni nadie paseando por las aceras. De acuerdo, era invierno, pero no hacía un tiempo tan malo como para que no apeteciera salir a dar un paseo un sábado avanzada la tarde. Unas voces alegres, se fueron acercando a donde yo estaba. No sé por qué, me entró miedo de que me vieran esperando en aquel lugar y corrí a esconderme unos metros más abajo, detrás de una lujosa furgoneta metalizada con los cristales tintados y los cromados más brillantes que jamás había visto en un coche.

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