THE MOMENT I KNEW

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Capítulo uno: You should've been there

Me estaban consumiendo todos esos sentimientos. No me atrevía a tomar mi celular para revisar si tenía algún mensaje o asomarme por la ventana para saber si todavía era de noche. Tampoco quería levantarme a comer y por eso mismo había llevado una caja de pizza, aunque solo comía una rebanada, a veces era un poco para después regresarla a la caja.

No tenía ganas de hacer el mínimo movimiento, así de sencillo.

Ojalá mintiera respecto a la cantidad de días que llevaba envuelta en las cobijas. Quisiera tanto haber llorado o simplemente dormir, pero la realidad era que me quedaba pensando en lo sucedido... en él. Parecía patético. Yo lo era.

Sentí como jalaban la cobija, la luz me lastimó los ojos y por instinto los volví a cerrar. Pasé mis puños por mis párpados, le di la espalda a la ventana con la esperanza de encerrarme en mi capullo otra vez.

—Ni se te ocurra hacer eso.

Esa voz me asustó. Me senté rápido, ignorando por completo la molestia que provocó al hacerlo. Mi amiga Amber abría la ventana y tenía cuidado de no pisar lo que estaba esparcido en el suelo; papeles, ropa sucia y zapatos.

—Vamos —dijo ella—, levántate.

—¿Para qué? —mi voz se escuchó adormilada.

—Voy hacer de cuenta que no escuché eso y te daré unos minutos para que te bañes. Ya te escogí ropa, así que nada de excusas.

Cuando abandonó la habitación no me moví, aún estaba en estado de shock. Un tanto perdida del mundo, no sabía que día era y no tenía la mínima intención de levantarme a seguir con mi vida. Hasta que por fin me animé a seguir con mi vida, sin pensar en algo más.

Me levanté de la cama y fui directo al baño. Tardé mucho en bañarme porque los recuerdos volvían a mí y me hacían llorar.

Luego salí y busqué la ropa que Amber apartó. Eran unos pantalones negros, una blusa rosa pálido holgada, un saco y unos botines con tacón. Cuando terminé me dirigí a la sala, donde estaba mi amiga terminando de recoger unos papeles.

—Listo —le dije—, ¿para que querías que me alistara?

Dejó los papeles en la bolsa negra de basura, luego me miró incrédula.

—¿Es una broma? ¡Debes volver al trabajo! —mencionó alterada—. Además —dijo más tranquila—, llevas encerrada tres días.

—¡¿Tres días?!

—Sí —continúo limpiando—, agradece que Martin se inventó una gran historia para que el jefe no te despidiera.

Eso si era una sorpresa, a Martin no le gustaba mentir, no importaba que.

—¿Qué dijo? —le pregunté.

Amber suspiro.

—Que tu hermana fue a dar al hospital por una enfermedad del corazón y que debías cuidarla en lo que llegaban tus padres.

Yo no tenía hermanos, y el jefe lo sabía.

—¿En serio?

—Bueno, fue una de las opciones. Al final le dijo que tuviste problemas con tus papeles y que debías corregirlos —encogió los hombros—. Se lo creyó.

—Es mi culpa —suspire.

—Lo único que te debe importar ahora, es ir al trabajo para despejar tu mente.

—Lo sé.

Dejó las bolsas de basura en un lugar visible, luego tomó sus cosas y se giró a verme.

—Ahora, vámonos —sonrió—. O se nos hará tarde.

...

Regresé a casa cuando ya era de noche, estaba oscuro y... Solo. Esa imagen me hizo sentir como si no tuviera a nadie en el mundo, ni a Amber, a Martin, mis padres... Ni siquiera a mí.

Recordé cuantas veces él me dijo que estaríamos juntos para siempre, que —en un par de meses— viviríamos bajo el mismo techo y cuando estuviéramos listos económicamente nos casaríamos.

En ese momento lo supe. Él nunca estaba conmigo, solo fingía para que después no me escuchara llorar.

Y, también supe, que nunca me amó.

R E D // Matthew Gray Gubler ✔ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora