Domingo

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Domingo al mediodía. Ya hacía más de un mes que Aileen comía cada vez menos. En lugar de echarse tres cucharadas de una comida ya había conseguido reducir a dos cucharadas y se saltaba casi todas las cenas. Daba igual, sus padres parecían demasiado ocupados como para darse cuenta de los problemas que pasaba, de las tardes llorando, de la comida en la basura, de que cada vez hablaba menos con Megan y Cloe, y también con  Kayla.

Estaban los tres, Mary, Manuel y Aileen sentados a la mesa, comiendo un plato de pasta, cada uno concentrado en sus pensamientos mirando a su plato y comiendo con desgana. Cada uno se sentía tenso con los demás, notaban que se estaban distanciando de una forma incontrolable, pero ninguno sabía qué hacer para intentar recuperar la familia que eran antes.

-Bueno, ¿qué tal en el instituto? – Preguntó Mary pillando desprevenida a Aileen

-Bien – Dijo sin un mínimo rastro de cualquier sentimiento en su voz. Notaba que se estaban separando lentamente y aunque no le gustaba la sensación sabía que no podía hacer nada para mejorarlo y volver a tener la misma confianza de antes.

-¿Y con Megan, Cloe y Kayla? Hace mucho que no quedas con ellas ¿no?

Se acabó. Acababa de tocar su fibra sensible, su punto débil. Las ganas de llorar se acumularon en sus ojos en forma de lágrimas.

-Tienes razón – Contestó intentando que no le temblara la voz y levantándose de la silla – Las voy a llamar ahora mismo. –Y sin más cogió y se fue de la cocina, siempre comían en la cocina.

-¿Aileen? ¡Aileen! ¡Casi no has comido nada! – Gritó Manuel para que su hija pudiera oírlo desde su habitación.

-¡No tengo más hambre! – Contestó Aileen al mismo tono cerrando la puerta de su habitación a su espalda.

Uff, ya pasó se dijo a si misma soltando un suspiro con la espalda apoyada en la puerta. Su mirada cayó de repente en su teléfono que descansaba sobre su cama. Lentamente se acercó a la cama, como si tuviera miedo a lo que pudiera pasar después. Tenía que llamar a Mega, a Cloe o a Kayla.

Cogió el teléfono y marcó el número de la tercera chica. Después de varios pitidos sonó el contestador con la voz dulce y alegre de Kayla “¡Hola! Estás llamando a Kayla, es decir, a mi. Ahora mismo no puedo contestar, voy a pasarme el día en casa de mis abuelos sin cobertura. En cuanto llegue a la civilización te llamaré. Ahora puedes dejar tu mensaje después del …” Cortó la llamada.

Genial, Kayla no está pensó con ironía. Sólo le quedaba llamar o a Megan o a Cloe ¿Por qué le costaba tanto llamar a sus amigas para quedar? Eran inseparables desde que vino de la otra punta del país, desde el primer día habían congeniado y siempre se llevaron de maravilla. ¿Tanto le habían afectado aquellas palabras como para que no quisiera quedar con sus amigas? No, ella no era así. Ella quedaba, salía, se divertía. Era una chica divertida, dinámica, feliz.

Decidida a pasar una genial tarde de domingo con sus dos amigas marcó el número de Megan. Un… Dos… Tres pitidos. Al cuarto una voz le contestó

-¿Si? – Dijo Megan como si no supiera con quien hablaba.

-Hola Megan – Dijo Aileen intentado sonar lo más segura de si misma posible

-Ah, Aileen, eres tu… - Dijo con un tono que a Aileen le sonó a decepción. Un silencio se formó en la línea telefónica, los segundos corrían y ninguna de las dos decía nada. - ¿Qué querías? – Preguntó Megan más fríamente de lo normal.

-Emmmms… Bueno, yo… Nada, sólo saber si ibais a quedar hoy a la tarde tú y Cloe para ir a dar una vuelta las tres juntas.

-No, no quedamos – Contestó rápidamente, tal vez demasiado.

-Vaya… Qué pena – Contestó Aileen sinceramente

-Ya… Bueno, qué le vamos a hacer. Ya hablaremos – Dijo Megan despidiéndose lo más rápido que podía

-Si, bueno… - Una voz se escuchó de fondo preguntándole a Megan si le quedaba mucho para terminar, que la estaban esperando en la mesa. Era la voz de Cloe.

A Aileen se le encogió el corazón. Su mejor amiga, la que creía su mejor amiga hasta hacía poco más de un mes le acababa de mentir descaradamente. Un “si, voy ahora” del otro lado de la línea la sacó de sus pensamientos y la devolvió al dolor de la realidad.

-Bueno, tengo que dejarte Aileen. Adiós.

Colgó. Nunca la llamaba por su nombre cuando hablaban, era la primera vez que la llamaba Aileen casi desde que se conocen. No puede ser… Se tapó la cara con las manos y dejó que las lágrimas corrieran por sus mejillas. No quería que sus padres la escucharan, posiblemente seguían  en la cocina hablando o estaban en el salón viendo el telediario. De repente le entraron muchas ganas de hacer algo que nunca antes se le había pasado por la cabeza ni que se le habría ocurrido.

Para conseguirlo lo único que tenía que hacer era ir al baño sin hacer el más mínimo ruido, cogerlo y volver a la habitación. Sus padres no se darían cuenta de lo que iba a hacer, estaban demasiado ocupados para atender a su hija, como siempre.

Una vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora