Recuerdos

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Ya pasaban de las ocho de la tarde cuando escuchó el sonido de la puerta principal al abrirse.

-Hola – Saludó su padre al tiempo que cerraba la puerta a su espalda

-Hola – Contestó Aileen secándose las lágrimas y sentándose en su escritorio justo cuando Manuel, su padre, llamó a la puerta de su cuarto y la abrió lentamente sin esperar una respuesta.

-¿Cómo está mi chica favorita? – Preguntó con una sonrisa acercándose al escritorio

-Muy bien – Contestó Aileen con una sonrisa y sin el más mínimo rastro de haberse pasado la tarde encerrada en su cuarto llorando - ¿Y tú que tal papá?

-Cansado, como siempre – Dijo al tiempo que le daba un beso en la frente -¿Qué haces?

Aileen miró el libro de tecnología que seguía abierto por la misma página desde que se había marchado su madre.

-Nada, estudiar tecnología, repasando los ejercicios, que esta semana tengo examen – Dijo sonando lo más segura posible.

-Bueno, pues entonces te dejo princesa, y voy a hacer algo de cena ¿Sabes dónde está mamá?

-Me dijo que hoy volvería a llegar algo tarde, que tenía mucho trabajo.

-Vale, voy a hacer la cena, cuando esté lista te llamo ¿si?

-Okey – Contestó sonriendo y guiñándole un ojo.

Su padre le revolvió el pelo como siempre hacía desde que era pequeña y se dirigió a la puerta. Cuando iba a salir se giró, y vio a la niña que hacía tan poco tiempo aun tenía en brazos y no sabía hablar. Ahora se estaba convirtiendo en una chica amable, dulce, guapa y estudiosa; la hija ideal.

Sonrió para sus adentros volviéndose otra vez y saliendo de la habitación de su hija arrimando la puerta, para que cuando la llamara para la cena pudiera oírlo. Fue a la cocina y los recuerdos lo asaltaron mientras preparaba una ensalada. Aquellos primeros años de casados, unos años perfectos e irrecuperables. También los primeros años de la vida de su hija, enseñarle a hablar, caminar, sonreír,… Todos esos momentos maravillosos que había pasado con la mujer de su vida y que cada vez se iban reduciendo más y más hasta convertirse en tan solo unos días cada tres meses. Le entristecía que cada día su mujer llegara más tarde del trabajo y que apenas pasaran tiempo juntos. Seguía queriéndola, pero a veces le asaltaban dudas y paranoias, y después se recriminaba a él mismo por dudar de la fidelidad y del amor de su mujer.

Entre tanto, había terminado la ensalada, abrió una lata de sardinas, las escurrió un poco para sacarles el exceso de aceite y las puso en un plato.

-¡Aileen, a cenar!

La voz de su padre la despertó de la pequeña reflexión que había hecho en ese tiempo. Tenía que buscar una escusa para no cenar o, por lo menos, cenar poco. Tenía claro su objetivo, quería ser la de siempre, caerle bien a los demás era parte de ella, y para conseguirlo tenía que adelgazar. “Está muy gorda”. Esas tres palabras que tanto daño le habían hecho, que la habían marcado y que provocaron el principio de un gran torbellino de desastres en su vida.

Una vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora