-Cariño, ¿has visto mi cuchilla?
-No, cielo.
-Es que juraría que tenía una más y no la encuentro.
-Pues yo no las cogí y como que Aileen tampoco.
La conversación de sus padres medio a gritos porque estaban en habitaciones separadas llegó a los oídos de Aileen que, como siempre, estaba encerrada en su habitación. No había vuelto a utilizar la cuchilla de su padre, pero había decidido no devolverla a su sitio por si algún día se volvía a sentir tan frustrada.
Se estaban preparando para una cena. Sus padres. Una cena. Solos. Aquello no sabía si asustarla o alegrarla. Antes se habría alegrado, se habría emocionado un montón y les habría ayudado a prepararse y a acicalarse. Pero desde que había empezado este curso todo se había vuelto mucho más tenso. Cada dos por tres estaban discutiendo por tonterías, empezaban a llamarse por el nombre y no con sus típicos “cariño”, “cielo” y todo eso de antes. Cada vez se veían menos y llegaban más tarde de sus respectivos trabajos. Que esa noche los utilizaran antes de irse la tranquilizó.
No pudo evitar que una sonrisa se formara en sus labios al recordar tan buenos recuerdos de su infancia: cunado la llevaban al parque, ¡le encantaba ir a los columpios!, cada vez que iban a la playa y con ayuda de su padre construían piscinas en la arena que se acababan secando o inundando, pero que quedaban grabadas por la cámara de fotos que tenía su madre y que no perdía oportunidad de utilizarla. Esas veces que corría por la plaza persiguiendo a las palomas y que siempre le decían que se iba a caer, pero a ella le daba igual. Aquellos momentos en lo que lo peor que te podía pasar se curaba con tiritas y un beso de mamá y papá y que la mayor felicidad del mundo era un abrazo y los caramelos.
-Aileen… ¡Aileen! – La voz de su madre la sacó de sus dulces recuerdos.
-¿Sí, mamá? – Preguntó Aileen levantándose de su cama y abriendo la puerta. Allí estaba su madre, prácticamente irreconocible. Llevaba su media melena castaña alisada, muy poco maquillaje, pero el perfecto para resaltar sus preciosos ojos miel y su encantadora sonrisa. Tenía un vestido granate muy bonito, ajustado y sin mangas, y un chal negro, que combinaba con sus zapatos de tacón. – Estás… Estás preciosa… - Dijo sinceramente mirándola de arriba abajo.
- Gracias, hija – Dijo con una sonrisa de oreja a oreja – Sólo quería saber tu opinión – Añadió dando una vuelta sobre sí misma - ¿Qué te parece?
-Estás increíble mamá – Dijo sinceramente abrazándola
-Gracias – Contestó su madre en un susurro correspondiéndole al abrazo – Te quiero hija, ya sabes que puedes contarme todo lo que te pase, yo siempre estaré aquí para ti.
Dudó. Dudó en si contarle a su madre todo por lo que estaba pasando desde el principio de curso, dudó en si contarle lo mal que lo pasaba cada vez que los escuchaba discutir por una tontería, dudó si decirle las veces que había llorado, dudó si enseñarle la única cicatriz que tenía en la muñeca izquierda, dudó si contarle la conversación de sus “amigas” a sus espaldas. Dudó, pero no lo hizo, no quería aruuinarle la noche a sus padres.
-Lo sé mamá. Te quiero.

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Una vida
Teen FictionUna vida perfecta, todo va sobre ruedas. Pero un día todo cambia, las cosas malas se suceden como fichas de dominó. ¿Será capaz de soportarlo?