Evy y el señor desconocido

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Las mañanas de Evy eran tal cual una esfinge en medio de una plaza, como la de la plaza azabache con el viento surcando alrededor de Emoniwa o como el de la plaza de los enamorados, solo que ahí quizá hubiera más diversión que en el pequeño pero m...

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Las mañanas de Evy eran tal cual una esfinge en medio de una plaza, como la de la plaza azabache con el viento surcando alrededor de Emoniwa o como el de la plaza de los enamorados, solo que ahí quizá hubiera más diversión que en el pequeño pero muy selecto bar del hotel Las Espigas. Detrás de aquel rectángulo de madera de cedro embarnizados a tal punto de llegar a un vino donde el color del alcohol servido en vasos de vidrios se perdían con el tono de la mesa, Evy pasaba todo el día hasta que cambiaba su turno con Forany, quien ya estaba más que acostumbrada al movido turno nocturno.

Si Evy lo pensaba bien, le agradaba el turno de día y de la tarde porque no era bullicioso, porque le permitía esconderse detrás del mostrador y usar su cápsula para estudiar los últimos temas de su temario de prácticas antigua de la Universidad Omoplatense y porque era tan tranquilo, que cuando sucedía algo, no se perdía de nada.

Pero ese día no sería así, ni por asomo.

El señor desconocido llegó el primer día de su estadía al bar con su abrigo de color verde, su melena rubia rozando su cuello y su mirada serena; verlo era estar frente a algún modelo o alguien de magia mayor; o un lord de la magia noble o lo que sea, pero no era un practicante ni alguien tan bajo en recurso ¡No! Evy se imaginó todo tipo de historias para ese rostro: desde un espía de la comuna vecina al norte o quizá llegaba desde sureste donde sus hombres parecían salido de los sueños de alguna mujer menuda de labios inflados. Se río. Negó con la cabeza y ante la vista sorprendida del desconocido, ocultó la cara en el vaso que llevaba horas limpiando.

Media hora después el señor desconocido dejó un billete verde sobre la mesa, dio dos toques y con una sonrisa que la desinfló —aparte de dejarla anclada al suelo—, se fue.

El primer día que el señor desconocido llegó al hotel pasó y todo volvió a ser tan tranquilo como antes, pero en la mente de Evy todo seguía girando. Sus historias fantásticas de quién fuera aquel hombre estaban presentes en su mente. Ya no era un espía, ahora era alguna clase de miembro de la fuerza aérea. Había visto por los globos de luz que mostraban a los hombres del este marchar hacia el norte, a un país más allá de Verena. Él, quizá, fuera un militar, pero ¿Qué hace un militar en el oeste en medio de una ciudad tan transitada como Vagerenia? Eso no tenía sentido para ella.

Para cuando Forany llegó al bar a tomar su lugar, Evy ya había limpiado todos los vasos, trasteado el piso y se encontraba sentada detrás del mostrador con su mano sosteniendo su rostro y la mirada en unos de los globos lumínicos de la verde sala.

—Evy.
Forany movió su mano frente al rostro de la chica.
—¡Evy! —gritó y la muchacha, perpleja por el grito, reaccionó.

—¡Forany! ¿Qué te pasa? —inquirió asustada.

—Dime tú, te llamé y no reaccionaste ¿Qué sucedió para que estuvieras tan ensimismada? —indagó.

—Lo siento, perdóname.

Las lunas de EvyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora