Evy vive rodeada de personas pero está sola, su burbuja está llena de metas auto impuestas que podrían terminar con sus pruebas teóricas en un chasquido. Entre días de copas en el bar donde trabaja y textos complejos, Evy conoce al misterio en perso...
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El tiempo le había parecido infinito. Como gotas cayendo a un charco con el sonido desvaneciéndose en el silencio, no había nada más doloroso que saber que una parte de ella estaba atada al mundo de Naheim. ¿Cómo sería Grad Nebul? ¿La crueldad nubla su mente de la forma en que Tern y Naheim demostraban? No hacía falta decir qué clase de crueldades habían cometido porque en sus rostros pétreos, llenos de terror, se encontraba una respuesta taciturna que golpeaba directo.
Las acciones, al final, se mostraban mejor cuando las veías en los rostros de quienes padecían la decadencia.
Con el tiempo que habían pasado encerrados a Evy le había dado la oportunidad de dormir, tiempo en que los sueños desaparecieron. El mundo estaba en una oscuridad absoluta. Ni las pesadillas se atrevían a atormentarla. Cuando se despertó notó una rendija por donde la luz se filtraba. Era una antigua ventana que había sido tapada con pintura y una que otra tabla de madera, ahora podrida. Habían pasado la noche en aquel lugar sin comida ni agua, pero los encierros por mucho tiempo, los llevaba bien. Le recordaba a esos días en que su madre, presa del miedo, la escondía en un pequeño agujero en el suelo y allí, las dos, se acurrucaban por horas.
Los días de la cacería ahora le parecían eternos.
—Evy ¿Has dormido bien? —preguntó Naheim.
La noche la había pasado sentado a su lado; no podía cerrar los ojos, no podía pensar en dormir —aun deseándolo—. Los círculos alrededor de los dos eran obras del tiempo que había pasado pensando, meditando, creando círculos de protección. Evy levantó el rostro de su regazo. Ni bien se acordaba de que él le sirvió de apoyo, solo cuando se dejó caer en una colcha y acurrucó mientras divagaba en opciones para abrir la puerta.
Lo había intentado todo. Dibujó hechizos, recreó canticos de aquellos que podía recordar a duras penas; haló de ella con la fuerza menguada, no había podido mover la manilla ni un centímetro.
—Eso creo. No he soñado —respondió—, pero llevo noches sin soñar desde que llegamos, la primera noche en la posada y las voces gritaban enjant. En Verena no había día que no lo hiciera —recordó.
Naheim abrió los ojos tan amplios, sintió su sangre helarse y su respiración cortarse. Se obligó a hacerlo con pausa, esperaba que no lo notara.
—Es mejor si no lo haces, las pesadillas pueden llegar.
—No me importa tener pesadillas. Al contrario de lo que piensan magos y humanos, para mí las pesadillas son solo los miedos que debemos enfrentar. Si lo haces en tus sueños, puedes hacerlo en la vida real. —comentó.
—Es una idea muy dulce, hasta inocente —musitó.
—El señor Gogen pensaba igual; decía que debía dejar de ver al mundo como la palma de mi mano —dijo y lo observó—: Simple y limpia. —Se rio.
—Ese es una extraña metáfora. Gogen es un nombre que me suena familiar, aunque no sé de dónde. De todas formas, sería muy placentero conocerlo y más si tiene metáforas de ese estilo —espetó.