Petunia llevaba el paso, era lo lógico. Ella llevaba años viviendo entre los adoquines azules de Valquicio, entre sus edificios triangulares donde uno parecía la extensión del otro. Entre aromas de té y savia. Podía reconocer a un aliado a kilómetros, lo mismo podía decir de un guardia de Gorrin Elv. Sin pensarlo mucho, ser una gata salvaje le daba una ventaja que en su momento no vio de esa forma, tampoco le agradecería a Gogen Datell por llevarla hasta su juicio y en cierto modo provocar su maldición, pero bien que había aprendido a aceptar que de todo lo malo, algo bueno debe salir.
Petunia, la gata, era un animal salvaje que había corrido por los parajes de Coro durante días. Que casi caía muerta en las cercanías de la ciudad donde una niña la encontró cuando buscaba bichos para una exposición grupal sobre animales exóticos. Creyó que ya estaba muerta, pero aun así le dejó un cuenco con suficiente agua como para llenarse por días. Petunia tomó todo lo que pudo cuando pudo abrir los ojos. Desde ese entonces, la niña de los bichos y ella, se hablan casi a diario. Aunque la niña era una mujer mayor y la realidad es que no viajó desde tan lejos, la historia servía para hacer caer a los incautos.
Quizá no era tan moralista como cuando aún era humana, pero le caía bien Gretta y solo por eso hacía ver que la historia era verdad.
Al llegar a la tienda de baratijas el lorne abrió la puerta a un mar de armarios con diversos objetos de cuestionable valor. Alguno de ellos parecían chatarras con un precio exuberante. No dudaba que solo tenía un poco de barniz y un par de piedras simples incrustadas. Folg lanzó un silbido impresionado, lo menos que imaginaba era terminar en un lugar como ese.
—Vaya que ha pasado el tiempo —exclamó.
—Necesito ganar algo de dinero —reclamó Petunia.
Gretta se rio y negó con la cabeza. Tenía una larga trenza que caía por su hombro y los flequillos de cabellera azabache enmarcaban su rostro pétreo. Miraba con curiosidad al lorne, tenía un aire de saber manejar a cualquiera que pudiera caer en su red. Y debía saberlo, solo así tanto ella como Petunia podían ganarse algo para cubrir sus gastos.
—¿Quién es la mascota? —preguntó—. No es un incauto, eso se nota —dijo. Siseaba las palabras con una voz grave que atraía.
—Se llama Folg. Es mi pájaro por estos días, puede ser un poco conversador. Que no te moleste —lanzó Petunia.
Aunque Folg se sentía disminuido por la descripción simplona de la gata, entendía que aun conociendo a la vendedora lo mejor para ambos era que no supiera quién era él o qué estaba haciendo ahí.
—No lo hace. Me gusta conversar, ya sabes que soy muy buena en eso —murmuró—. ¿Qué te trae por aquí a estas horas? Creí que no vendrías sino hasta unas horas.
—Información —Respondió Petunia.
Observaba desde el mostrador, la puerta de vidrio que dejaba ver la cantidad de gente en las afueras. Claro, cuando Folg lo permitía.
—Necesito saber si ha habido rumores —continuó—. Ya sabes, de esos que todos dicen en voz baja.
—¡Ah! De esos —respondió la otra.
Miró a las afueras, Folg seguía incomodando la vista, pero era una pared que les permitía hablar con tranquilidad. Volvió su mirada a Petunia luego de sacarse el dulce de menta de la boca.
—Han comentado que por estos días un par de hombres llegaran a Valquicio. Según un guardia son importantes. Deben alertar en cuanto los vean. El guardia dijo que darían una buena propina a quien dé el aviso —dijo, volvió a mirar al exterior—. ¿No tendrá tu amigo nada que ver en esto?
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Las lunas de Evy
FantasíaEvy vive rodeada de personas pero está sola, su burbuja está llena de metas auto impuestas que podrían terminar con sus pruebas teóricas en un chasquido. Entre días de copas en el bar donde trabaja y textos complejos, Evy conoce al misterio en perso...