Evy vive rodeada de personas pero está sola, su burbuja está llena de metas auto impuestas que podrían terminar con sus pruebas teóricas en un chasquido. Entre días de copas en el bar donde trabaja y textos complejos, Evy conoce al misterio en perso...
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Ese día el transporte estaba insoportable, el bus que la dejaría frente al hotel tenía un retraso de cinco minutos. Extraño. El bus nunca se retrasaba, pero ese día era perfecto. Entre el gato y el retraso, Evy imaginó que era un día negro, como los que su mama mencionaba cuando era pequeña y que parecía tan propio de las nébulas. Nunca había escuchado a un mago o medio mago decir que tuvo un día negro, tampoco a un humano. No, los nébulas eran los únicos. Lo interpretaba como alguna maldición, algo que se movió de su lugar y por eso pasaban las cosas que pasaban.
Hizo el rostro hacia el aire, su mente viajó a su casa en ese pequeño pedazo de tiempo y lo encontró. Las varillas yacían sobre una encimera cerca de la puerta de salida. Revisó su bolso y no las encontró. Esa debía la razón de su día negro si su interpretación era correcta; por lo general sus varillas estaban siempre en su morral. Algunas veces podía llover y otra podía granizar o como hace dos años cuando los peces de oro empezaron a flotar y cayeron desde el cielo. Nadie sabía qué podía pasar, así que tenerlas era lo mejor. Pero en ese momento las varillas estaban en su casa y habían ocasionado que su día fuese tan lento como el bus que se había quedado atascado en un boquete que había en el suelo.
Una llanta se había dañado. Genial.
Para cuando Evy llegó al hotel, ver al gerente de recursos humanos era lo que menos deseaba, pero al hombre solo le bastó dar media vuelta para verla empapada, retrasada y apenada. Con los brazos en jarra, Gogen Datell miraba de arriba abajo a la chica de rizos revueltos y caídos con un rostro peculiarmente molesto, su cuadrada mandíbula se mostraba tensa ni qué decir de su mirada.
Suspiró y volvió a inspirar, se acercó a ella estrujando sus ojos negros y la observó. Le llevaba dos cabezas, le observaba enojado y las escleras de sus ojos empezaban a enrojecer.
—Ve al casillero y sécate. Hablaremos cuando te hayas arreglado.
—Señor, yo...
—Cuando estés listas, Evy —zanjó.
La muchacha corrió hacia el bar tan rápido que cuando Gogen quiso mirar hacia atrás ya no estaba. Evy se desplomó sobre el mostrador cuando llegó, lloraba dramáticamente, pero sabía que había sido perdonada porque de no ser así, no estaría ahí mostrando una faceta cómica a Forany quien le observó inquieta.
—¡Háblame Evy! —exclamó agitada—. ¿Por qué has llegado tarde, te pasó algo? ¿Te quedaste dormida acaso?
—Nada de eso, he tenido un día negro y apenas empieza —dijo incrédula.
—Un día negro —musitó—. ¿Qué has hecho distinto?
—He dejado las varillas en casa, sobre la encimera. Lo he recordado cuando estaba frente al bus que se retrasó y se pinchó una llanta.
La cara de Forany iba desde lo cómico hasta lo incrédulo, esa capacidad de los mitad nébula de meterse en problemas es común, y de tener días extraordinarios como ese también.