Petunia, la gata maldita

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Evy miraba sus manos con total fascinación

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Evy miraba sus manos con total fascinación. Justo allí donde el circulo se formó y creó ese lazo tan peculiar que no creyó que algún día usaría. No, la última vez que lo vio fue en manos de su madre. Le preguntó cómo se lo hizo y lo único que le respondió fue «La protección es nuestra». No lo entendió entonces, no lo entendería hasta hace un tiempo atrás cuando los libros sobre especie y mitos cayó sobre su mesa como bloques de más de mil páginas.

Estudiar le abrió puertas que no creyó ver nunca. Le debía esa necesidad a Gogen. El señor Dartell le dijo en el preciso instante en que se quedó en su casa que la única condición que tendría para ella es que debería asistir a un centro de estudio. Lo creyó una broma. Ella no podía costearlo, y dudaba de que un hombre ocupado con esposa e hijos lo tuviera. Así inició su camino por el trabajo arduo.

Lavar platos tenía un costo que era depositado en un cajón y que iría directo a su matrícula. Lavó los platos de varios centros e instituciones. Cocinar tenía otro costo, mucho mayor, por eso quiso aprender a hacerlo. Veía a la esposa del señor Dartell y le preguntaba con mucha determinación qué hacía, cómo lo hacía y todo detalle posible. A Ganeria le divertía y solo por eso le enseñó.

Nunca imaginó que ver ese círculo le traería tantos recuerdos de su niñez. En esa niñez donde una lluvia de estrellas trajo revelaciones una noche sin lunas. Si lo pensaba, le parecía lejano e incluso un cuento de hadas que su madre le contaba por las noches para calmarla de sus pesadillas, fieles monstruos que aparecían en forma de sombras con ojos grandes y amarillos y una voz profusa.

La historia, aunque le gustaba, al crecer entendió que los cuentos como todos ellos, solo sirven para generar confianza en una ilusión. Trataba de un hombre que llegaba al castillo y que su magia le hacía ver a la princesa que ahí donde estaba solo era una estrella encerrada. Comienzan un viaje donde se van enamorando, hasta que el ser malvado aparece e intenta detenerlos porque ahí donde él gobernaba, esa unión no era posible, pero ambos luchan y al final... Ella nunca supo el final. Se rio. Si lo pensaba, podría tener similitudes. Solo que ella no es una princesa y aunque Naheim se parezca a uno, tampoco es un príncipe. 

Alzó la vista cuando las puertas se abrieron. Naheim le dedicó una sonrisa amplia aunque melancólica. Sí, para Evy ninguno de los dos parecían de una cuna noble, pero no se veía tan mal. Se sonrió.

—¿Sucede algo? 

Ella abrió los ojos de par en par y negó efusiva.

—Te reías.

—Cualquiera puede hacerlo —lanzó.

—Sí, pero en ti debe haber un motivo.

—Las personas también se ríen sin motivos. Tú puedes ser un buen ejemplo. Siempre sonríes —dijo y calló. 

No vio ningún asomo de molestia en Naheim y en cambio meditó sus palabras: Sí, Naheim siempre sonreía...

—¿Por qué sonríes siempre? —preguntó.

Las lunas de EvyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora