Alegy y la cambiante

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El poblado de Alegy estaba tan animado como Naheim lo recordaba

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El poblado de Alegy estaba tan animado como Naheim lo recordaba. Era pequeño, pero de grandes edificaciones de barro y techos de paja, había otros edificios fabricados en concreto, y algunos otros que empezaban a fabricarse. A pesar de todo, el pueblo había crecido un poco más.

Ambos se encaminaron al centro del lugar  donde se transpiraba el aroma de las carnes asadas, dulces de pazo, carames en salsa y otras tantas delicias a base de especias, carne de mamífero y plantas comestibles.

—Evy ¿Quieres ver eso de allá? —preguntó, mas no esperó por una respuesta—. ¡Vamos!

Al final del largo sendero, atravesando el centro del poblado, un muelle con varios botes anclados se mecían sobre las aguas negras de un manso mar. A un costado, como si se elevara del fondo para mostrarse imponente, una gran piedra se alzaba y, sobre ella, un faro.

—Esa es la "piedra del medio" —respondió Naheim a la interrogante en el rostro de la muchacha—. Se supone que guía a los viajantes, pero no pueden acercarse a ella. La serpiente de siete cabezas habita debajo de ella.

—Es una leyenda, ¿no es así? —preguntó dudosa.

Él se encogió de hombros.

—No podría negarlo, pero tampoco afirmarlo —comentó—. Desde aquí podemos tomar una embarcación que nos lleve hasta Maregana.

El susurro de los pueblerinos llamó la atención del par, un par de cuerpos envueltos, sobre avisó a Naheim. Ellos estaban ahí buscándolo, giró a ver a Evy con la esperanza puesta en la menuda chica que se había convertido en su acompañante por no decir que muy pronto podrían declararla su mano derecha, aunque no lo fuera. Ambos caminaron en dirección contraria con paso lento pero seguro, no podía dejarse atrapar por ellos; Naheim estaba decidido en llegar a su destino final a pesar de los inconvenientes que pudieran presentarse.

Ambos cruzaron por una calle angosta donde el aroma se hacía picoso y desagradable, nadie caminaba por ahí y, quienes estaban, les dedicaron una mirada de pocas pulgas que generaba más desconfianza en ellos que en quienes los seguían.

—Naheim... —susurró, Evy. Se acercó a él, le dio su mano.

—No es una zona muy visitada. Ten calma, al final llegaremos a la salida.

El par anduvo por el estrecho camino con las miradas de terceros posadas sobre sus cabezas, la falta de luz parecía un añadido a la vaga sensación de inseguridad que se posaba sobre Evy. Tal como un ave negra presagiando mala fortuna, y agradecía no haber visto alguna desde su llegada. Sin embargo el grupo que les buscaba eran tan similares a uno que no dejaban de preocuparle. No había pasado mucho cuando ya se encontraban en el mismo pueblo. No le daba una grata sensación; por mucho tiempo había escapado con audacia de ellos, haber regresado era una idea, aunque imprudente, necesaria.

El par se halló en un sendero donde las altas espigas de la grama no dejaban paso, al final una casa mediana se ubicaba tras el paso de un pequeño puente con un cauce seco donde escombros y plantas se llenaban del verdor del musgo y el tono blanquecino de la copa de los hongos. Naheim siguió caminando hasta verse frente a frente con la pequeña entrada; la puerta apenas abierta, los muebles en su lateral y un columpio fuerte hecho en madera del otro lado, le mostraba que el sitio estaba habitado. Tocó dos veces y aguardó. Miró hacia atrás, esperaba que no hubiera nada; la esperanza era lo único que tenía, ellos estaban ahí, dando los mismos pasos, caminando por sobre los suyos, agitados, conscientes, ahora más que nunca, que él estaba ahí. 

Las lunas de EvyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora