Parece mentira, pero salgo de casa con una sonrisa en la cara. Mi casa está al inicio del pueblo, como digo, y por tanto, está cerca de la valla. A veces, en noches oscuras, escucho a las bestias merodear al otro lado de la cerca. Si me acerco a la ventana, veo sus ojos grises brilla como estrellas mortíferas en la noche. Me asomo pocas veces, cuando ya no puedo contener entre las sábanas de mi cama la tensión que me produce escuchar aullidos o gruñidos. La naturaleza animal es siniestra y espeluznante. Lo es, y no nos dábamos cuenta. Se me eriza la piel, siento un cosquilleo en la nuca. Paso miedo.
Por eso, cuando amanece, soy feliz.
Nos reunimos todos en el centro, en una plaza que antes se llamaba del Profesor Faustino Gutiérrez y que ahora la llamamos la plaza Diálogo, porque es donde nos reunimos y nos separamos; ya sea para hablar, o cuando tenemos que salir del pueblo a cazar. La placa donde estaba el nombre del profesor la quitamos y ahora forma parte de la valla.
El primero en llegar a la plaza suele ser Robert, que es quien más ha sabido crear la tribu: agruparnos, organizarnos, cultivar, cuidar, crear, recolectar... Juntos somos más fuertes, estamos solos y naturales, es parte de nuestro karma y nuestro slogan a la vez. Robert es pequeño, pero fuerte. Habla poco y nunca, nunca dice nada que sea prescindible. Sus palabras son como golpes que hay que ejecutar con sentido. Llega siempre con un plan y con ideas.
Somos.
También llega Adri, en un mundo pre apocalíptico, Adri sería llamado el lugarteniente de Robert, pero ya no vivimos en ese mundo cosificado. Ahora es más una mezcla entre consejero, lugarteniente, mano derecha y chamán. Es mayor que el resto, y sabe remedios más naturales. Siempre tiene una frase para todo: algunas nos hacen pensar, otras nos ilusionan, otras nos animan, otras nos alegran y otras nos motivan y nos hacen mirar hacia adelante. Es alto y sabe contar chistes, de niño solía llevar melena y ahora se la está dejando de nuevo. Empieza a peinar canas.
Poco a poco vamos llegando el resto. Todos nos conocemos del pueblo. Hemos vivido y crecido aquí, y los que conseguimos sobrevivir, somos la memoria de nuestra pequeña y simple historia. La tribu, nos contamos la historia y la hacemos. Somos la grabadora oral del futuro.
Llega Anghara, mi mejor amiga. Tiene días en los que quiere suicidarse, pero son pocos, el resto de días está alegre. Es una flor iluminada por rayos de sol tenues pero calientes. Alta, guapa, si hubiéramos tenido equipo de animación en el instituto, ella sería la líder. Sabía bailar muy bien. Supongo que sigue sabiendo bailar, pero son lujos que ya no nos permitimos, es un gasto innecesario de energía y tiempo; quizás más adelante nos permitamos alegrías. Si antes de ser tribu hubiéramos tenido que apostar por quién moriría primero en un hipotético Apocalipsis, sería ella. A veces fabulábamos entre todos por la noche, a la luz roja de la hoguera, cómo podría haber muerto, es decir, cómo habría muerto si no hubiéramos formado La Tribu. Algunos creen que se hubiera quedado en casa y moriría de hambre, otros aseguran que hubiera ido a la ciudad, hubiera entrado en un gran centro comercial y se hubiera quedado ahí hasta morir. Otros, los más salvajes, creen que una manada de perros salvajes la hubiera rodeado y devorado. Afortunadamente, Anghara está viva y es uno de los grandes soportes que tengo en este mundo desierto. Suele ser la primera en saludarme cada mañana. A veces, a primera hora del día y antes de salir de casa, suele gritar por la ventana: "Buenos días, mundo". Cuando lo hace, la escuchamos en el resto del pueblo. Y es que por las mañana apenas hay ruido. El amanecer pálido y frío se suele mezclar con un silencio en el que las bestias nocturnas se recogen en sus guaridas y aún no han despertado los animales que cazan por el día. Anghara me saluda, tiene cara de haber dormido mal, lleva ojeras oscuras y el labio torcido en una mueca de soledad desesperada. La abrazo y noto que se alegría sube con un impulso de sangre a su sonrisa.
Sigue llegando poco a poco el resto de la tribu. Ahora lo hace Diana, aunque nosotros ahora le decimos 'Daiana', porque el nombre pronunciado en español suena como una diana a la que estás apuntando, y eso no mola nada, no mola nada en absoluto en estos tiempos en los que necesitamos sobre todo subsistir. Que te llamen diana es como si estuviera siempre en el objetivo de Hunters o de otras Tribus que no solo recolectan o que no solo se defienden.
Por fin estamos todos, somos 23, los mismos que cuando empezamos esta historia hace, creo, dos años. Esto es porque no llevamos el calendario y de un tiempo a esta parte los días, los meses y los años se nos acumulan con la ropa sucia en un cesto; amontonados y sucios.
Creamos un círculo redondo, todos somos iguales. Robert pide la palabra, como casi siempre, y se acerca lentamente al centro. Su baja estatura se compensa con su facilidad de palabra. Era, sin duda, al que mejor se le daban las clases de Lengua.
Comienza a hablar.
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Solos en la eternidad: el mundo tras la pandemia.
AdventureTodas las personas de más de veinte años han muerto. Nadie sabe cómo ni por qué. Elisabeth vive en un pueblo abandonado de la sierra con su grupo de supervivientes. Intentan resistir en un mundo destrozado tras la pandemia.