Veo como cada vez que El Hunter se agacha a desbrozar la hierba mala se lleva las manos a las costillas. Siento que su dolor es insufrible. El sudor del día caluroso le empapa la venda y le escuece aún más la herida.
No se queja. No dice palabra. No le dejamos descansar. Sigue trabajando a ritmo de galera. Sí, leí en el libro de Historia lo que era una galera y que enviaban ahí a presos, a despojos humanos y a ladrones a matarse remando a favor de Tribus del pasado, de sociedades antiguas.
No me mira siquiera. A pesar del sudor en su frente, bebe poca agua. Paramos para comer, acepta su ración en silencio. Si es cierto que cenamos La Tribu unida, la comida la hacemos por secciones de trabajo, así que ese día en la huerta estamos tan solo cinco persona.
Por la noche, después de la cena -Andrés le miraba con ojos sucios y Adri escrutando sus movimientos como buen chamán- le llevo a mi casa. Tengo que atarlo. Lo dejo en la planta baja, en el salón, Bruno me aconseja atarlo a una viga maestra que hay cerca de la ventana. Le acerco el sofá. Lo atamos ahí.
-Dormirás bien.
-Estoy seguro -responde.
Me quedo mirándolo esperando que me pida agua o una manta o cualquier cosa que mejore sustancialmente su comodidad, pero no dice nada.
Subo a mi habitación sin despedirme, sé que Bruno quedará fuera vigilante.
No puedo dormir. Me revuelvo sobre la cama. El calor es enemigo del sueño. Al cabo de dos o tres soñolientas y espumosas horas escucho un ruido que creo que viene de la planta baja. Quizás ni siquiera ha habido ruido. Me visto, accedo al salón y veo al Hunter mirar por la ventana. No se gira pero sé que me ha escuchado bajar. En voz leve dice:
-¿No son preciosas las estrellas?
-Sí -respondo incauta.
-En apenas dos generaciones dejaremos de saber que existen. La humanidad volverá a creer que son luces que han puesto ahí los dioses y que está a apenas unos kilómetros de distancia. Habremos perdido el conocimiento de nuevo, creeremos que esas luces en el cielo dibujan designios divinos, luces que solo son agujeros desde donde nos miran los dioses. En dos o tres generaciones perderemos las matemáticas, la química, la filosofía, la ciencia..., en gran medida ya lo hemos perdido casi todo -ahora me mira-, solo sobrevivimos los menores de veinte años y no tenemos a nadie que nos explique el mundo. Como todos los jóvenes creemos que lo sabemos todo de la vida, y en el fondo lo desconocemos casi todo. Ya no ha nadie que nos explique el mundo complejo. Es cuestión de tiempo que volvamos a vivir en cuevas y a pintar en las paredes. Hemos retrocedido en un suspiro decenas de miles de años. Y no hay manera de recuperarlo porque quienes lo sabía se han ido.
-Nos quedan algunos libros -le replico.
-Los sencillos, los complejos se han quemado en las ciudades para hacer fuegos, además, sin nadie que nos los explique es imposible que nuestras generaciones sepan descifrarlos. Ya nadie entenderá a Kant, Descartes, ni siquiera el sinsentido de Kafka. Esa sociedad ha muerto para hacernos más naturales. En este mundo de cultivar y cazar, solo el momento y la relación con la naturaleza importan.
Estoy flipando con este discurso, solo acierto a decir:
-¿Tú qué eras antes del exterminio?
-Nada, pero quería estudiar geografía. Fíjate qué tontería en estos tiempos.
-No tanto, a geografía localista y de proximidad se necesita -Sonrío.
Nos quedamos el resto de la noche mirando las estrellas.
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Solos en la eternidad: el mundo tras la pandemia.
ПриключенияTodas las personas de más de veinte años han muerto. Nadie sabe cómo ni por qué. Elisabeth vive en un pueblo abandonado de la sierra con su grupo de supervivientes. Intentan resistir en un mundo destrozado tras la pandemia.