6. El pueblo de la abuela

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¡¡¡UN TOROOOO!!! Grito Bruno mientras nos pedía que saliéramos corriendo. Como águila de caza, empezamos a cortar el viento. La luz y el aire nos daba en la cara como si fuera a tirarnos. Por primera vez, íbamos en grupo y cerca. El pueblo estaba cerca, saltaos una cerca de piedra llena de musgo. Detrás de ella nos vimos a salvo, miramos hacia atrás en busca del toro, no vimos nada.

-Quizás no nos siguió -,dijo Anghara.

-Puede, pero hicimos bien alejándonos de él -, respondí.

-Te doy la razón -, matizó Bruno.

Todos nos reímos. De esa manera, despejamos la tensión inmensa que nos atenazaba. Tan cerca de la muerte, cuando la esquivas, vuelves a descubrir en un disparo lo que es la felicidad.  

Entramos en el pueblo. Aquí tampoco nos podemos relajar, esto es evidente. Antes los pueblos eran el fruto de una civilización avanzada, por muy recóndito que sea el pueblo y el antiguo país. Y, ahora, después de todo, los pueblos son los lugares donde refugiarse el peor de animales y el peor de los seres. También el mejor, hay que decirlo.

Desconocemos si aquí habrá alguien. Pero mejor estar prevenido y alerta. Tensión es vida. Vida es tensión. Es otro de los karmas que tenemos en la La Tribu. Lo repetimos todos o casi todos los días, durante la luz y nunca en la oscuridad. Lo decimos incluso cuando estaos solos, en voz alta. Siempre en voz alta. Tensión es vida. 

Los cuerpos muertos, pierden el ala en el último suspiro de tensión.

Llegamos frente a la casa de la abuela. Una casa solariega con jardín enfrente. Tiene dos plantas y un balcón de madera que ahora está medio caído.

 Tiene dos plantas y un balcón de madera que ahora está medio caído

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-Debe de tenerlo en la segunda planta. 

Entramos a la casa por la ventana rota. Quitamos los cristales intentando no hacer ruido. Los trozos más grandes los metemos en la mochila de Bruno para llevarlos a La Tribu. Puede que nos sirvan para hacer armas o para hacer herramientas. O, simplemente, para reparar cosas en el pueblo.

Empezamos a rebuscar en la planta baja. La chimenea sigue luciendo troncos aún sin arder. Puede que no lo hagan nunca. Decidimos dejarlos así, como un sincero y congelado homenaje al holocausto.

-Estarán arriba -, dice Anghara.

El tío de Anghara vivía con su abuela, y era cazador. Efectivamente, en el armario estaban lar armas. También miramos en la cocina, buscábamos cualquier cosa aprovechable, sobre todo comida en latas. Pero también nos servían semillas o plantas. Nos llevamos todo lo que considerábamos necesario y que podíamos cargar sobre las espaldas de Bruno. 

Salimos de la casa. Fuera, el pueblo sigue con su silencio mortuorio; ya todo es cementerio. No entramos en ninguna otra casa, es nuestra estrategia, solo recolectamos por zonas. Si hay algo que nos interese o que nos haga falta o simplemente queremos investigar qué hay, ya vendremos otro día, más adelante. Solo nosotros vivimos cerca y sabemos dónde están las cosas. No queremos perturbar la soledad de las zonas.

En el marco de la casa dejamos una marca, al modo de los vagabundo en el pasado. Son señales que solo nosotros sabeos descifrar, es nuestro código, es nuestro lenguaje. Ponemos el signo del mes, el signo del año y el signo de lo que hicimos dentro (recolectar armas y comida). Es un lenguaje que se inventó Adri hace tiempo, y que no tiene pronunciación. El mes en el que estamos son dos rayas inclinadas y una gota de lluvia. El año, el el dos invertido y boca abajo al lado de una nube. Y dibujamos también una lata y una pistola. El quicio de la puerta es de madera y lo marcamos con un cuchillo. Cada vez dibujamos mejor.

Nos marchamos.

Nos siguen...


Solos en la eternidad: el mundo tras la pandemia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora