20 Sigue aprendiendo

108 0 0
                                    


En contra de lo que hubiera pensado, le costó pocos días aprender algunas habilidades básicas. Es cierto que tenía manos finas de Hunter, propias de ciudad, dedos limpios y apretados, como de especulador de la vida, uñas rectas y enteras. Pero, poco a poco, se fue familiarizando y aprendiendo las costumbres locales. La Tribu cada vez estaba más contento, claro -excepto a Andrés y sus cercanos-, y poco a poco se fue haciendo a él. Creo que se te va a dar bien esto de la granja, le dije un día, y me sonrío. También iba garrando fuerza y su cuerpo estaba dejando atrás la pétrea delgadez.

Así iba, poco a poco, ganándonos terreno en La Tribu. Con todo eso, seguía durmiendo atado a la columna. Las cadenas desollaban las muñecas y las tenía en carne viva, con una marca profunda que igual no se le quitaría jamás. No nos había traído fuego, pero recibía el miso castigo, o al menos uno muy superior al mal que había realizado.

Pasaron unas noches. Estoy durmiendo en mi casa, hace un poco de calor y dejo las sábanas a un lado. Unos gritos a lo lejos aterrorizan mis sueños y me despiertan. Quizás era un sueño. No lo es. En la duermevela escucho los gritos. Desconozco de dónde pueden venir. Joder, espero que no sean Hunters desde fuera de la valla que nos estén atacando. No lo son, solo es una persona, un hombre. Me visto. Ya en la calle identifico la dirección del grito. Cruzo dos aceras. ¡Viene de la cárcel! Voy corriendo, ahora noto que estoy descalza, los piedrecitas se me clavan en los pies como agujas infernales. Cuando llego a la altura del edificio veo que ya hay gente a su alrededor. Está Robert que me pide que entre.

Un reguero de sangre llega desde una esquina de la casa hasta el Hunter, que está inconsciente. Tiene el vientre perforado. Al final del riachuelo rojo, un águila muerta y encogida sobre sí misa tiene el pico embadurnado en pequeño trozos de carne.

-Cuando llegamos por los gritos, estaba comiéndole la piel, creo que ha rozado las entrañas. Se ha desmayado del dolor. Hemos tenido que matar al águila. Lo llevaremos a la enfermería.

Con muchísimo cuidado llevamos entre seis al Hunter al edificio de enfermería. Lo tumbamos sobre una cama, Adrile hace unas curas, agua oxigenada y no sé qué otro potingue a base de hierbas y aceite. Lo venda. El Hunter respira, pero a pesar del dolor de la cura, sigue inconsciente. ¿Existe el dolor del cuerpo cuando uno está inconsciente? No lo sé. Pienso en esa pregunta durante un tiempo. Robert pide que lo aten a la cama.

-No -se lo impido-, en este estado no se va a escapar, me quedo yo con él.

-Respondes de sus actos -dice Robert con furia mirándome a los ojos.

-Sí.

No estoy segura de nada de lo que he dicho ni de lo que hago, pero me quedo con el Hunter. Es lo que quiero. Sé que no podré pegar ojo.


Solos en la eternidad: el mundo tras la pandemia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora