28 La sospecha de Andrés

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Me he cortado con la espina de una rosa silvestre que crecía al lado del antiguo ambulatorio y que ahora utilizamos como biblioteca. La vieja biblioteca tiene mejores vistas y es más cómoda, con más sillas y le asignamos lugar de reunión y confinamiento en días de frío y lluvia; así que los libros comunales están en el anterior ambulatorio.

Hacía tiempo que no veía una rosa. Primero no la vi, primero la olí, seguí su rastro con mi nariz hasta que la localicé. Al verla no pude contenerme, como un pajarillo que busca calor en los pétalos de una flor me acerqué a ella, intenté acariciarla por el tallo y ahí, ahí llegó la raja, la sangre y luego el dolor. La sangre fluyó sobre los pétalos rojos y se camufló entre ellos. 

Fui a que me lo curaran y ahora tengo una pequeña venda. Me gustan las vendas, indican que ha habido movimiento y vida. 

El Hunter ya no está todo el día conmigo, le dejan moverse como a uno más. Ya forma parte de La Tribu (para casi todos). Cuando Andrés lo mira, lo hace con suspicacia, o asco, o quizás las dos cosas (y alguna que otra más cuyos significados no consigo descifrar en las arrugas de su rostro).

Me he despistado con una rosa. Creo que esto es lo más poético que he hecho y dicho en toda mi vida. 

Siento flojera en las piernas. Necesito ir a sentarme a casa. Pido permiso al grupo que está haciendo inventario del armamento defensivo y voy a casa a descansar. Me tumbo, el dolor de piernas y de tripas no desaparece. Cierro los ojos y descanso un poco. 

Estamos cenando en el círculo, no soy capaz de comer, noto que la garganta me aprisiona, todo me da arcadas. Hunter me acompaña a casa. Se queda conmigo. Me abraza y me alivia.

Al día siguiente, todo parece volver a repetirse. Tengo sed pero el mero pensamiento de intentar tragar algo ya me da sensación de fiebre. Quizás tenga fiebre, no lo sé. Hoy, La Tribu me deja descansar, han visto la palidez de mi rostro. 

Pican a la puerta. Abro con dificultad. Es Andrés.

-Sé lo que te pasa. Estás cansada, débil, con nauseas. Puede que consigas engañar a todos los demás, pero a mí no, se lo contaré a todos. Sé lo que te sucede, claro que lo sé.

Se aleja sin decir más.

Cierro la puerta tras de mí. El sonido de los goznes parece el de un niño recién nacido al que estuvieran sacrificando. Me tumbo en el sofá del salón. 

Solos en la eternidad: el mundo tras la pandemia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora