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Luis hace rato que está fuera en el balcón esperando con la excusa de fumar. Aitana hace rato que lo observa desde dentro incapaz de romper la armonía de la imagen que observa. Ve la guitarra negra que ha acompañado sus cantos durante los últimos días y dirige la mirada hasta la suya que acumula polvo. Finalmente se envalentona y la coge sacudiéndola un poco, abre la puerta del balcón con decisión pero no se atreve a mirar a los ojos a la persona que a escondidas miraba. Finalmente es la tos masculina la que le obliga a levantar la cabeza y saludarlo con una sonrisa. Llevan una semana cantando juntos el rato antes de la hora marcada por los aplausos hacia aquella gente que hace posible que el país salga adelante superando esta crisis. Desde el primer día que se le pone la piel de gallina al reconocer el trabajo de todos los sanitarios y de aquella gente que su trabajo es esencial para poder vivir. Hace una semana que juntan sus voces, pero aun así hay algo en él que todavía le causa desconcierto.


AITANA:


- No sabía que tocaras la guitarra.

- No lo hago, la tengo de adorno. - reconozco medio avergonzada. - Quizás... he estado pensando que me podrías enseñar a tocar.

- ¿Crees que tengo que enseñarte a tocar? - dice riendo, y esto hace que pierda la vergüenza que me quedaba.

- ¡Luis! - grito alargando la última vocal.

- Al menos he conseguido sacarte esta vergüenza que me llevabas - dice acertando mis sentimientos y haciendo que mis mejillas se llenen de calor. - ¿Empezamos con estas clases? No tenemos tiempo que perder - dice riendo y haciendo que se me escape una sonrisa.

- Es que hasta que no aprenda a mover los dedos, pues nada... Esto sale fatal...

- Llevas cinco minutos tocando, que más quieres - me contesta riendo - Tienes que subir estos ánimos ¡eh!

- Pues dame un poco de los tuyos, chico - entrecierra los ojos cuando ríe. - ¡¿Has visto lo que acabo de hacer?!

-¡Muy bien! ¡Eres una crack! - me dice cuando consigo tocar varios acordes seguidos sin mirar.

- ¡Ay! ¡Estoy matando la guitarra! - veo de reojo como ríe y le miro asesinándolo con la mirada, pero esto sólo hace que ría más. - Me ha salido fatal, jope.

- ¿La has desafinado? - dice devolviendo la mirada que tenía perdida hacia los edificios en mí. - Un momento que me despisto...

- Sólo he cambiado el traste - bajo los ojos - ¡Mira! ¡Suena como un piano! - le miro seria y él se aguanta la risa.

- Va, dame, que la afino.

Paramos cinco minutos antes de las ocho y siento que hemos aprovechado bastante el tiempo y que pronto podré empezar a practicar por mi cuenta.

- Eres buena alumna, eh. Ahora tendré que buscar la forma de cobrarme estas clases...

- ¿Cómo? - pregunto ante su sonrisa, pero antes de que él pueda darme una respuesta Madrid estalla en aplausos. En mi reloj todavía marcan las siete cincuenta ocho de la tarde, pero estos dos minutos de ventaja no me hacen quedarme parada y enseguida pongo todas mis fuerzas en dar ánimos.

Cuando los aplausos empiezan a deshacerse me dirijo al chico que tengo en el balcón de al lado. Pero cuando vuelvo a abrir la boca para preguntarle por lo que hace unos minutos ha insinuado la calle se llena de música y luces. Me quedo perpleja porque hasta ahora la única música que había era la nuestra, salvo algún niño o niña con la flauta de la escuela y una chica que estudia en el conservatorio y que sale cada mañana a tocar el contrabajo.

Analizo la situación y veo el vecindario aplaudiendo al ritmo de la música, más o menos, y algunos que incluso se atreven a bailar. Dentro de este segundo grupo se incluye Luis con unos movimientos de brazos que me dejan alucinando. Con la mirada y algunas palabras me anima a unirme al baile y gracias a la poca visibilidad que hay debido a la poca luz, me atrevo. Viviendo así una noche diferente en el balcón.



Cada vez nuestros protagonistas van interactuando más. ¡Nos vemos prontito! Espero que os esté gustando y desconectando un poco del mundo exterior.

Muchos besos llenos de energía.

Lia



Aire entre los dosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora