Entrelazan las manos sin desconectar las miradas cuando acaban de cantarse que no pueden vivir el uno sin el otro, que les es imposible estar sin el otro. Están tan conectados que ni siquiera se han dado cuenta que la pareja formada por sus amigos ya hace unos minutos que se ha desconectado de la llamada dejándolos solos. Han creído necesario darles a ellos la intimidad que necesitaban y con sonrisas sinceras han tomado la decisión de apagar la llamada.
Aitana y Luis, todavía ajenos a la marcha de sus amigos, observan cada milímetro del rostro del otro intentando contarse todo lo que esconde su corazón y que hasta ahora no han sido capaces de confesarse. Un pájaro que dirige su vuelo demasiado cerca de sus balcones y de sus manos aún unidas es lo que hace que se separen contra los deseos de su corazón. Sus sonrisas no se deshacen y las ganas de contacto tampoco se van.
Aitana agradecería que la tierra la tragara en el momento que su barriga suena y la mirada de Luis se pone en ella. Su cara se vuelve roja y dirige su mirada en el ordenador dándose cuenta de la fuga de sus amigos. Segundos después ambos estallan a reír debido al ruido proveniente, ahora, de la barriga del chico. Ambos acuerdan irse a preparar la comida porque, entre una cosa, la otra y sus ojos, ya han perdido demasiado tiempo.
Ambos abandonan el balcón dirigiéndose hacia el lugar establecido para la cocina, Aitana saca la sartén y vierte la bolsa de verduras que ha sacado hace unas horas del congelador, cuando éstas están suficientemente cocidas aprovecha para añadir un trozo de San Jacobo para acompañar. Luis en cambio, coge la lechuga que compró hace un par de días en la frutería de la esquina y la pone en un bol añadiendo tomate, maíz, atún y huevo duro que siempre guarda en la nevera. El olor de la comida de la cocina de su vecina llega hasta la suya y decide coger un la carne reservando el pescado para otro momento. Con los platos preparados comienza a preparar la mesa del balcón para poder comer bajo los rayos del sol y la corriente de aire en la cara, ya sentado recuerda que no tiene nada para poder beber y abandona el balcón. Cuando vuelve encuentra compañía, un pequeño pajarito se come las migas del pan que ha cortado para acompañar y una chica le espera con una sonrisa al otro lado de barandilla.
Ambos comparten un rato agradable entre anécdotas, recuerdos y curiosidades que aún no habían compartido con el otro. No son pocas las veces que, o el uno o el otro, se pierden en sus miradas, o que sus pensamientos se encuentran deseando contar las pecas de la piel contraria o acariciando el cabello del otro que se mueve con sincronía del aire.
Deciden aparcar los mil temas que han tocado durante estas horas juntos cuando ven que la tarde se les está yendo de las manos y que dentro de poco será demasiado tarde para ponerse a hacer todo ese trabajo que tenían previsto para hoy y que ahora se les acumula en sus agendas. Se despiden proponiendo compartir un rato de estrellas esta noche y haciendo una promesa en silencio de hacerla eterna.
Pasan las horas restantes hasta las ocho de la tarde intentando poner orden en sus respectivos escritorios e intentando hacer correr a unos ordenadores que no están por su trabajo. A las ocho, puntuales, vuelven a encontrarse en el balcón. Aitana se ha recogido el pelo y su mirada se apaga al ver que la gente ya no da los mismos ánimos que hace unos días. Aplaude por aquellos dos niños que la miran y con una mirada al gallego que la observa de cerca vuelven a entornar cualquier canción para hacer más agradable estos minutos para estas criaturas. Tras los aplausos de los dos niños y de unos cuantos vecinos más que han salido a escucharlos se vuelven a despedir con una sonrisa alegando que todavía tienen demasiado trabajo pendiente.
Dos puertas se abren al mismo tiempo y se sorprenden al verse diferentes, es la primera vez que se ven así. Luis deja pasar a Aitana con la mano para no utilizar un espacio tan pequeño como el ascensor.
Una vez en la calle sólo con la mirada saben que el tiempo que hoy han pasado juntos todavía no ha sido suficiente para satisfacer las ganas que se tienen, y se sitúan uno al lado del otro, con una distancia prudencial, para poder pasear en compañía.
- Oye...
- Dime, pequeña
- ¿Cómo que pequeña? - contesta la chica haciéndose la enfadada. - ¿Si hemos estado todos estos días sin tomar esta distancia ahora lo tenemos que hacer?
- Es por prevención, ¿no? ¿Y si estuviera contagiado y te lo pasara?
- Luis, entonces ya lo habrías hecho. - sus pies no paran pero esto no les es impedimento a sus miradas como para encontrarse y perderse en sus profundidades. Aitana desvía su camino y Luis se asusta al notar los dedos de la chica entrelazados entre los suyos. Nadie dice nada, las sonrisas escondidas por las mascarillas se intensifican en sus rostros y el dedo pulgar del chico acaricia la piel de la mano de la chica.
- ¿Y esto? - pregunta sin borrar la sonrisa pero desconectando la mirada de los ojos de Aitana para observar la unión.
- Nada, que me he dado cuenta de que es verdad, que no puedo vivir sin ti.
Caminan de la mano observando la gente que pasa por su lado, hay grupos de jóvenes que no respetan en ninguno de los sentidos las normas, hay parejas que caminan como ellos, aunque ellos no sean una pareja en sí. Ven una niña acompañada de su madre, las dos caminan rápido, no las critican, no saben en qué circunstancias se encuentran.
Faltan cinco minutos para que el reloj marque que ha pasado una hora desde que han salido de casa cuando se encuentran frente a la puerta de entrada, aunque para ellos los minutos no se hayan marcado. Ninguno de los dos quiere separar las manos que los han mantenido unidos durante su recorrido y su conversación. Suben las escaleras como pueden intentando mantener la unión y se detienen al llegar al rellano que comparten. Ha llegado el momento de separarse.
- Aiti, yo no quiero estar sin ti, y tampoco puedo. - ahora pueden ver las sonrisas en la cara del otro al haber entrado en sus respectivas casas y no llevar la mascarilla. Sus ojos brillan una vez cierran las puertas.
Segundos después vuelven a brillar con la luz de las estrellas encima de los dos, compartiendo una noche eterna en el balcón.
Azúcar, azúcar y más azúcar. Espero que os haya gustado mucho, espero vuestras reacciones. Esto ya se está acabando... Faltan tres capítulos.
¡Cualquier petición por el final de esta historia será bienvenida!
Nos vemos en los comentarios, por Twitter: Lia150008, y ahora también tengo Curious Cat (aunque todavía estoy descubriendo cómo funciona...)
Nos vemos mañana a "Procuro olvidarte"
Lia
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Aire entre los dos
RomanceCalles desiertas. Trenes vacíos. Supermercados sin nada. Casas llenas. Hospitales llenos. Un virus ha hecho confinar a miles de personas. Y una de estas es Aitana. Encerrada en su piso en una ciudad todavía demasiado desconocida para ella. Pero... ¿...