3

968 44 6
                                    

Empieza el fin de semana pero esto no hace que los ánimos de Aitana cambien mucho. Ve marcado en el calendario de la cocina que según lo tenía planeado hoy se iba a visitar Toledo con sus amigos de toda la vida, después de meses buscando una fecha para que les fuera bien ir a todos desde Barcelona. Esto todavía hace que le decaigan más los ánimos.

Aunque ayer vivió una experiencia maravillosa y sorprendente, no ha pasado buena noche. Le ha costado conciliar el sueño y se ha despertado varias veces. Y es que empieza a pensar que el hecho de estar sola en casa se le está haciendo muy pesado. Aunque se haya independizado no se cree una mujer para nada solitaria, le gusta el contacto con los demás y sentir el calor de sus familiares, y el hecho de verlos a través de una pantalla no le acaba de convencer mucho.

Mientras prepara las tostadas con miel que desayunará esta mañana de sábado observa la agenda, donde también hay señalizado este encuentro que le hacía tanta ilusión. Hay mil cosas más apuntadas, y eso que hace unos meses ni se lo hubiera imaginado. Quizás Madrid la está cambiando un poco y le está haciendo volver más responsable y organizada. Ahora cree que no podría vivir sin tener organizado y bajo control cada mínimo detalle de su día a día, pero este maldito virus le ha echado por los suelos toda la agenda que tenía programada para este próximo mes. Y tal vez eso era lo que necesitaba para ver que tiene que parar un poco y fijarse más en los pequeños detalles que la rodean. Quizás Madrid le ha venido bien por madurar pero tampoco hay que sobrepasar unos límites que ya sobrepasó durante una época de su vida que no le trae muy buenos recuerdos.

Pero hoy no quiere volver a pensar en el pasado, tiene demasiado tiempo libre para caer en errores y pasarse el día llorando en la cama.

Quizá por eso coge de la estantería del salón un libro que hace demasiado tiempo que tiene pendiente de leer. De Sant Jordi de hace dos años cuando todavía paseaba por las calles de Barcelona con una rosa que su abuelo le había regalado a primera hora de la mañana. Y sale al balcón a recargarse de energía. Allí le espera una sorpresa, porque cuando abre la puerta del balcón además de deslumbrarse con la luz del sol también le dan la bienvenida unos cuantos aplausos, que con el eco de las calles parecen convertirse en mil más.

Pero cuando levanta la cabeza y sigue los aplausos de sus vecinos ve que hoy la persona que recibe cada aplauso y sonrisa es un chico que no parece mucho mayor que ella, y que su balcón no está demasiado lejos del suyo. Toca con una guitarra negra una melodía que le empieza a sonar y la acompaña con su voz rasposa pero que conjunta demasiado bien. El chico parece mirarla y lo comprueba cuando le sonríe. A Aitana se le contagia el gesto y lo imita. Este le responde con un movimiento de mano indicándole que lo acompañe con la canción.

Los aplausos resuenan con más fuerza que antes y que el día anterior, y es que no saben cómo lo han hecho pero a ellos también les ha sonado muy bien la canción que han compartido en el balcón.


Aire entre los dosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora