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No son ni las cuatro de la mañana cuando abre los ojos y los cierra rápidamente al deslumbrarse con el móvil. Se sienta en la punta de la cama tocándose la frente caliente y maldiciendo por haberse quedado tanto tiempo jugando con aquel juego online que lo tiene enganchado. Se acerca hacia el balcón donde ve la luna llena bien iluminada y las estrellas que la acompañan, si fuera un día normal incluso podría ver la luz de algunos aviones, pero como el mundo está parado ni pasados ​​diez minutos las ve. Tampoco ve aquellas luces que ha visto en Instagram en los últimos días, donde algunos afirmaban que eran naves extraterrestres acercándose a nuestro planeta. Cuando era pequeño creía en estas cosas, le gustaba imaginarse como una nave se detenía en medio de su jardín y se hacía amigo de aquellos seres extraños de color verde que hablaban un idioma que sólo él entendía. Su hermana había llegado a reírse de él al encontrárselo hablado quién sabe el qué y con quién. También le gustaba pasarse horas con su tío, que aseguraba ser un extraterrestre venido de Marte, haciendo experimentos de todo tipo. Ahora, sin embargo, ya no creía tanto en estas cosas y le importaba más tener los pies en el suelo que no la mente hacia los planetas, también se había ido interesando en otras cosas que se habían hecho más esenciales en su vista.

Con estos pensamientos se dirige hacia aquello tan esencial, su guitarra. Se refugia en el estudio donde sabe que, a pesar de las horas que son, no molestará a ningún vecino, y comienza a plasmar la melodía que lo ha despertado de su sueño. Nunca le había costado escribir y componer, pero si debía ser sincero, desde que había aparecido la catalana en su vida tenía más fluidez que antes. No sabía si era ese flequillo que escondía tantos secretos, sus mejillas que se volvían rojas con frecuencia o la luz que parecía rodearla, pero no podía dejar de pensar en ella. Hacía días que se pasaba las horas esperando que fueran las ocho para poder verla. De alguna manera agradecía haberla conocido en este momento porque de otro modo, con la rapidez del día a día, no lo hubieran hecho. Pero también le dolía no poder compartir otros lugares y momentos con la chica, fuera de las barandillas de sus balcones, sin la separación que éstos les marcaban y sin las abuelas chismosas que algún día había pillado observándolos.

Es gracias a estas reflexiones y la libreta llena de anotaciones dirigidas hacia una misma persona, que Luis tiene suficiente valentía para rasgar un trozo de papel y atreverse a escribir en él.



Cuando la catalana, muchas horas después, decide dejar de dar vueltas por la cama y empezar un nuevo día bajo la luz del sol, se encuentra aquel papel que él le había dejado en su balcón. Primero piensa que algún niño jugando la habrá tirado o incluso se le habrá caído, pero al cogerlo y observarlo mejor se encuentra su nombre escrito reconociendo al instante la letra del cuaderno que días antes había leído sin permiso.

"Aiti, te espero a las dos aquí. L " todo esto es lo que se encuentra dentro. Tarda unos segundos en darse cuenta de la sonrisa que le ha salido sólo mirar el papel, pero no tarda ni uno en volverse a colar en casa para hacer todo el trabajo que tiene pendiente antes de la cita que le acababan de pedir.

Deja la ducha como última cosa que hacer aprovechando para pintar un poco antes y quitarse, sin éxito, aquellos nervios que le acompañan desde que ha cogido la nota. También se ha ocupado de dejar a punto las partituras que utilizará en la clase de guitarra de esta tarde que tiene con la pequeña Carla.

Finalmente está bajo el agua con el móvil marcando que queda escasa media hora para el gran acontecimiento, sale corriendo de la ducha pero vigilando no resbalarse y se envuelve con la toalla. Decide que el pelo se le irá secando con el aire pero dedica bastantes minutos a pasar la plancha por su adorado flequillo haciendo que quede impecable, como le gusta. Aprovecha la ocasión para volverse a poner su falda favorita, aquella negra vaquera que se compró en otoño y aquella camisa que cuidadosamente ha planchado esta mañana, vuelve a deshacer el camino hacia el baño y casi tiene que quitar el polvo de su estuche de maquillaje. Con los labios pintados con un color elegido expresamente por qué no se note demasiado y el gallego no se dé cuenta de lo mucho que se ha arreglado, sale al balcón notando un ligero malestar en el estómago por los nervios acumulados.

Allí se topa con la sonrisa de Luis que se transforma con una mueca de sorpresa al ver lo guapa que está la chica mientras se alisa disimuladamente la camiseta azul que él ha escogido con la mano que no aguanta el plato de tortilla de patatas. Y es así como comienza el parecer su primera cita en el balcón.



Espero que os esté gustando, al menos un poquito, y que disfrutáis este ratito leyendo.

Muchos besos,

Lia


Aire entre los dosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora