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Ha perdido la cuenta de los días que hace que está encerrada en casa. Hoy se ha despertado antes que cualquier otro día pero, aun así, ha estado bastante rato sentada sobre la cama sin hacer nada. Cuando ha sido capaz se ha levantado, se ha tomado un vaso de leche con ColaCao, se ha puesto la ropa más vieja y abrigada que ha encontrado por casa y, con guantes y mascarilla, ha bajado a la calle.

Los ojos se le han empañado al ver las calles de la ciudad que la ha acogido, esos que eran tan vivos y llenos de vida, y ahora están vacíos. En la pastelería de la esquina una larga cola fuera en la calle marcaba la distancia de seguridad establecida. Por ello, ha decidido ir primero a la verdulería de una calle más abajo que en aquellas horas todavía estaba vacía. Con la compra hecha, limpia y guardada, se ha puesto bajo la ducha durante un buen rato, casi la misma que ha tardado en concienciarse de lo que tenía que hacer esta mañana. Así le han ido pasando las horas y suerte que ha comprado un sobre de sopa ya hecha porque ahora mismo no tiene ganas de nada.

Son las tres de la tarde cuando termina de enjuagar el cuenco donde ha servido el helado de chocolate que se ha comido de postre. Si no se puede dar un capricho fuera de casa, como sería ir a dar una vuelta por el Parque del Retiro, pues lo intercambia por cosas más dulces.

El sol ilumina la casa y piensa en bajar las ventanas y dormir un rato, después recuerda que ayer a las diez ya estaba en la cama porque ya no sabía dónde ponerse y cree que dormir más no le hará ningún bien. Afinando los oídos escucha las notas de una guitarra. Con una sonrisa en la cara corre a abrir la puerta del balcón.

Luis toca mirando al cielo y parece entonar algunas notas con su voz pero sin terminar de marcar una letra.

- ¿Qué cantas?

- ¡Ay! ¡Chica! ¡Qué susto! Sería conveniente que me avisaras antes de salir, porque un día me quedo. - dice él poniéndose la mano en el pecho.

- ¡Claro que sí! La próxima te envío un WhatsApp. - contesta ella con una sonrisa burlona.

- Un mensaje de humo aún, porque sin número no vas a ninguna parte. - Aitana se gira para intentar ocultar la risa que se le escapa, pero el chico lo nota.

- Bueno, me piensas explicar qué cantas.

- Nada, tengo la voz mal hoy.

- Pero si estás perfecto - cuando él le guiña un ojo ella se pone roja y corre a corregirse. - De la voz digo.

- Si, ya. - contesta el gallego entre risas viendo como ella intenta esconderse. - Voy un momento a buscar agua que quiero continuar perfecto. - Y con otro guiño deja la chica sola.

Ella se apoya sobre la barandilla observando aquel paisaje que la rodea y que ahora es el único que ve día a día. Enseguida vuelve la vista al balcón que tiene al lado esperando que el chico vuelva. En ese momento presta atención a una pequeña libreta de tapa de cartón con la que no había reparado cuando salió. Quizás estaba demasiado distraída con altas cosas, piensa.

Ya le decía su madre cuando era pequeña que era muy curiosa, es por eso que no se aguanta las ganas y alarga el brazo poniéndose de puntillas para atrapar entre sus dedos el cuaderno.

Pasa las páginas despacio y observa curiosa las líneas escritas y los tachones u otras anotaciones que lo decoran. Hay palabras en mayúscula recuadradas, otras son tan pequeñas que parecen sólo recordatorios. Se detiene cuando se encuentra con el dibujo de una mano bien definida que viene seguida de unos altos edificios cuadriculados. El dibujo perfecto de un ojo la sorprende recordándole la libreta que ella tiene con uno de casi igual. Cuando llega a las últimas páginas que están escritas sólo encuentra dos líneas.

No tiene tiempo de leer lo que pone porque en ese momento vuelve a salir el chico del balcón.



¡Espero que esté capítulo os haga más ameno el finde, y también espero que os guste! Nos vemos muy prontito con otro capítulo más.

Lia


Aire entre los dosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora