Capítulo 1: Comienza la Partida

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COMIENZA LA PARTIDA

Tres Años Después

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Era un típico día de verano. El sol se situaba en lo más alto del cielo, bañando las calles con su calurosa luz, mientras la suave brisa del mar agitaba las frondosas ramas de los árboles más cercanos. Las olas atizaban las rocas una y otra vez, incesantes, inundando con su canto la despejada orilla. Más allá del rompe olas, al final del camino de entrada cercano a una marisma, se alzaba una casa de blancas paredes, rodeada de varios pinos que daban sombra a la fachada. Era una vivienda de dos plantas bastante amplias. La fachada que tenía vistas al mar, estaba equipada con una pequeña terraza que daba a parar al dormitorio principal. En él se encontraban dos camas con blancas sábanas. Todo el interior era de madera y apenas estaba equipado con los muebles necesarios: un armario, dos mesitas de noche, una silla y una pequeña cómoda de tres cajones. Ni un solo cuadro o espejo decoraba sus paredes.

Sobre las camas, yacían los cuerpos inertes de dos jóvenes, una mujer y un hombre. Su apariencia no denotaba más de catorce o quince años. Estaban vestidos con dos batas blancas y sus pies estaban desnudos. Sobre la cómoda había diversas piezas de ropa plegadas y dos pares de zapatillas.

Parecía que uno de ellos iba a despertar y finalmente abrió sus ojos. El rostro del joven era de asombro. Sus ojos estaban abiertos como platos y sus cejas comenzaban a enarcarse. Ladeó su cabeza de izquierda a derecha, intentando averiguar dónde estaba, que era aquel lugar, cuando consiguió verla a ella.

— ¡Ey! – siseó – ¿Estás despierta? – intentó incorporarse en la cama, pero se sentía agotado.

Súbitamente, la chica abrió sus ojos también y profirió un grito. Se agarró fuertemente a las sábanas y entonces se incorporó ágilmente.

— ¡Ey! ¿Cómo estás? – le preguntó él, mientras intentaba sentarse en la cama. Ella giró su cabeza y entonces le vio. Aún sorprendida y sin quitar ojo a la habitación, le dijo:

— ¿Pero dónde estamos?

— Vaya, pensé que no hablabas. Pues debe ser el hospital, ¿no? – le respondió mientras se bajaba de la cama.

— Seguramente nos trajeron aquí después de la explosión – añadió ella, casi como un pensamiento.

— Sí, aunque es un hospital bastante raro.

— Tal vez sea uno privado – dijo a la misma vez que se dirigía hacia el ventanal que daba a la terraza.

— Puede ser, aunque es muy raro que todo esté tan silencioso y no tengamos ni una sola máquina a nuestro alrededor. Por no tener, no tenemos ni el carrito del suero – dijo él, mientras extendía la ropa que había encontrado sobre la cómoda –. ¡Oye! Mira esto

— Tienes razón, no tenemos suero – dijo, al mismo tiempo que se dirigía hacia él. – ¿Qué tengo que mirar?

— Fíjate, nos han dejado ropa nueva y zapatillas. Esta no era nuestra ropa y tampoco está por aquí nuestra mochila – le explicaba, mientras abría uno a uno los cajones de la cómoda en busca de algún objeto más. – ¡Ostras! El collar y las llaves, no sé donde están.

— Los llevas puestos, o es que no lo ves...

Ella le rodeó y se dirigió a la puerta de salida de la habitación. Al cruzarla pudo ver el pasillo y las escaleras que le conducían a la planta baja. Caminó a lo largo de éste y si dirigió a la última puerta. Allí encontró el lavabo. Al igual que ocurría con la cómoda, en aquella habitación encontró el material necesario para asearse. Sobre la taza había dos toallas, dos esponjas, un par de chanclas y dos cepillos de dientes plastificados. Y más allá, en el armario, encontró un tubo de pasta de dientes y varios geles de ducha. Sin mediar palabra con su compañero, quien aún seguía escudriñando la habitación, se dirigió al piso inferior. Descendió las escaleras, dándose cuenta de que aquel lugar era una casa y no un hospital. Desde el ámbito de la escalera miró de un lado a otro, buscando a alguien más, pues debería tener algún dueño que los estaría esperando. Caminó poco a poco hasta llegar a la cocina. Y una vez más encontró algo que les habían preparado: dos platos con sus correspondientes cubiertos, además de dos vasos y sendas servilletas. Todos ellos rodeados de cuatro latas de conservas y una botella de agua mineral que regentaban la mesa. Ella retiró un taburete y se sentó. Miró una vez más a los lados y, finalmente, quedó sumida en sus pensamientos.

EVANGELION: Resurrección IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora