Capítulo 21: El Alfil Blanco se mueve

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EL ALFIL BLANCO SE MUEVE

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Hacía varios meses que Sarah Jordan sobrevivía como podía en Castelldefels, el primer lugar en el que habían despertado los niños. Durante todo ese tiempo se había dedicado a escribir la información que se volcó en su mente gracias al implante que Gendoh le había hecho durante sus experimentos. Al principio comenzó a escribir en una pequeña libreta a mano, pero después se hizo con un ordenador y una impresora, además de dos lápices electrónicos y un disco duro externo para tener copias de seguridad. Le había llevado mucho tiempo narrarlo todo y describirlo al más mínimo detalle, pero era de vital importancia. Sabía que aquella información valdría probablemente el futuro del planeta y temía que tarde o temprano se borrase de su memoria, pues de la misma forma paradójica que había llegado, se podría marchar. Al principio sólo fueron los recuerdos de Rei, pero después fueron también los de Gendoh. En cualquier caso, después de aquella conexión que tuvo hacia ya más de dieciséis semanas, no había vuelto a recibir nada, ni tan si quiera pinchazos de dolor. Todo había vuelto a la normalidad y era como si nunca antes hubiese vivido aquel fatídico episodio. Sin embargo, el sentimiento de desamparo y angustia por no poder estar cerca de Shinji seguía teniéndolo. Era como si los recuerdos de Rei se hubiesen grabado a fuego en el interior de su memoria.

Ahora sentía la necesidad de partir. Debía encontrarles. La obligación que se había impuesto ya estaba cumplida y seguir en aquel lugar no tenía sentido. Era el momento de buscar a Shinji. Recogió las pocas pertenencias que le hubo entregado el doctor Bryant Reynolds antes de ser asesinado, guardó el portátil, los lápices electrónicos y el disco duro en un maletín, y se cargó a la espalda una mochila de acampada con un saco de dormir y algunas mudas de ropa. Localizó un vehículo y después se dirigió al centro comercial. No sabía cuánto tiempo andaría buscándoles, así que debía equiparse. Igual que los niños hubiesen hecho antaño. Transformó el todo terreno en una verdadera roulotte de acampada. Comida en conservas, bebidas y lácteo en polvo y condensado, un par de utensilios de cocina para poder servirse, un par de botellines de gas y una cocina portátil, cazo, sartén y vaso, varias garrafas de agua, material de higiene, ropa de muda y de abrigo, saco de dormir y manta auxiliar, linternas, pilas, radio, gafas de sol, gorras, protectores solares y algunos medicamentos. La verdad es que no se lo pensó mucho, no quiso perder mucho tiempo en recoger posibles objetos que pudiese necesitar, pero es que tampoco se molestó en hacer un listado de aquellas cosas útiles y necesarias, y de esa forma, era mucho más difícil equiparse. Tanto Shinji como Asuka disponían de ese listado, el cual habían pensado detenidamente y habían ido completando a lo largo de los meses. Quizás fuese que Sarah no eran tan consciente del peligro como lo eran ellos, o tal vez que se guiaba por sus corazonadas. Tenía la sensación de que sabía dónde estaba Shinji y que algo la guiaría hasta él.

Horas más tarde, circulaba por la autopista del mediterráneo en dirección Tarragona. Apenas era medio día y ya estaba cerca de la antigua ciudad capital romana. Viajaba lentamente, siguiendo ese tenue hilo de esperanza que la guiaba hacia la dirección en la que creía que se podían ocultar. El depósito de combustible estaba más de medio, pero su estómago estaba completamente vacío. Necesitaba hacer una parada y una gasolinera podría ser el lugar ideal. El destino así lo había querido, quién sabe si fruto de la casualidad o tal vez una verdadera corazonada, y es que Sarah Jordan dio con la gasolinera del viejo Alain. Detuvo su coche frente a la puerta de la tienda y se bajó del vehículo. Pronto pudo ver que aquella gasolinera había estado habitada, pues el suelo estaba lleno de cartones y latas vacías. Ágilmente, empuñó la pistola que el doctor Bryant le había entregado y se dirigió hasta la puerta. Al abrirla un hedor putrefacto inundó sus fosas nasales, obligándola a retroceder unos pasos. No podía entrar allí o quién sabe, quizá contraería alguna enfermedad. Súbitamente, se escucharon unos golpes en el suelo, de lo que parecía ser un bastón. Sarah sabía algo de español, incluso mejor que Shinji. Cuando había sido actriz de Hollywood, trabajó de la mano de algunos directores y compañeros de profesión que eran latinos y algunos incluso españoles, lo que le había despertado el interés por la lengua latina. Lo entendía y lo leía casi a la perfección, y lo hablaba de un modo aceptable aunque su acento era pésimo. Varios golpes se sucedieron una vez más en el interior del recinto, y Sarah no dudó en preguntar quien había allí y por qué golpeaba el suelo. Repentinamente, un anciano en un estado deplorable, apareció entre las sombras de la tienda, dando un gran susto a Sarah a la cual se le aceleró el corazón. El viejo Alain se acercó a la puerta y la saludó apenas erguiendo su mano derecha hasta la altura de su cintura. Se notaba que aquel hombre estaba sin comer ni beber y que pronto desfallecería. Al verla y escucharla hablar, supo que era una mujer extranjera, pero su emoción al verla le hizo brotar lágrimas de alegría. Hacía meses que no veía un humano, los daba a todos por muertos, pero allí, sin saber cómo ni por qué había aparecido aquel ángel de cabellos rubios. Sarah abrió el maletero del coche y le dio seis de las siete garrafas de agua que llevaba, y le entregó todas las latas de conserva, excepto dos que se reservó para comer y cenar. El hombre no pudo sostenerse más tiempo y se recostó sobre una pila de cajas de madera que había en la puerta de la tienda. No cesaba de mirarla, atónito. Y Sarah volvió a dirigirse a él, esta vez le preguntó por los niños. Quería saber si había visto unos niños extranjeros, perdidos. Alain ató cabos, pensó que era la madre de aquellos niños, o quizá su hermana mayor, una mujer que los andaba buscado, luchadora, que aún y habiendo pasado los meses, seguía incesante la búsqueda de aquellos pequeños a los que él un día ayudó. El hombre no titubeó y le pidió que le trajese un mapa de los muchos que había en el mostrador de la tienda. Sarah no quería entrar, así que prefirió darle su propio mapa de carreteras. Lo abrió y el hombre señaló con su dedo índice el lugar donde los había enviado antaño. Sarah con un bolígrafo marcó el lugar y se volvió a dirigir al hombre:

EVANGELION: Resurrección IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora