Capítulo 16: Las piezas que no saben donde juegan

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LAS PIEZAS QUE NO SABEN DONDE JUEGAN

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Madrid. Darío y Asier trabajaban duro rastreando el suelo español, buscando alguna pista de que los niños, Shinji y Asuka, seguían con vida. La doctora Michelle Hershlag no descansaría hasta tener noticias de ellos y aunque su deseo más firme era encontrarlos con vida. Si por desgracia cabía la posibilidad de que estuviesen muertos, no pararía hasta encontrar sus restos. Los dos hombres que sentían un gran aprecio por la doctora estaban en deuda con ella. Aunque creyesen que era imposible encontrarles y que antes de que pudiesen hacerlo los niños terminarían por fallecer, querían completar la misión que su jefa les había encomendado. Ya habían transcurrido un par de meses desde que iniciaron el rastreo y todo el trabajo era en vano.

Darío era mucho más paciente que Asier y no perdía la esperanza. Sin embargo Asier comenzaba a estresarse. No obtener resultados y realizar una y otra vez la misma inspección para diferentes tramos de terreno le estaba volviendo loco. Hoy por hoy sentía un odio irremediable por aquellos niños, al fin y al cabo para él eran los culpables de que tuviese que estar viviendo esta situación. Quería encontrarles cuanto antes, vivos o muertos, y cuando lo hiciese los llevaría ante los militares para conseguir una buena recompensa, tal vez un arsenal de antídotos contra el virus, o un jubilación anticipada, lejos del virus, de militares y de toda esta vida asquerosa en la que ahora estaban estancados. Darío por su parte no tenía ni la menor idea de las intenciones de Asier, él sí que era fiel a Michelle y sabía perfectamente que los niños sólo podrían estar a salvo en manos de ella. Esos jóvenes eran el antídoto y si caían en manos de otros militares, no sólo estarían perdidos los niños, también lo estarían ellos.

El final del verano se estaba acercando y aún no habían encontrado ni una sola pista. Estaba claro que el ejército había hecho su trabajo a la perfección. No quedaba ni un solo ser vivo con vida en el terreno que llevaban estudiado hasta el momento. Recordaban que la doctora les había pedido que encontrasen a los niños antes de un año, pero no se les ocurrió preguntar porque ese tiempo límite. Sea como fuere, aún tenían más de diez meses por delante por encontrarles y ya habían rastreado más de media España.

2

En Maine, Portland, Sarah recobraba el conocimiento. Después del enfrentamiento con Rei, Sarah Jordan no había tenido más remedio que asesinarla en defensa propia. La información que el microchip le enviaba a su cerebro desde el de Rei era ingente y la abrumó. El cerebro de Sarah finalmente no pudo soportar la cantidad incesante de datos y terminó por perder el conocimiento. Despertó junto al cadáver de Rei y el charco de sangre que había desprendido su cabeza. Sarah se retiró asustada, pues no era plato de buen gusto revivir aquella escena. Corrió al baño y no dudó en ducharse para eliminar de su cuerpo toda la sangre de Rei. Se sentía sucia, contaminada, pero a la vez culpable. Nunca antes había matado a nadie y no se parecía en nada a las películas. Recordaba cuando había trabajado de actriz y había rodado alguna escena de persecuciones o de tiroteos, y nunca había sentido la sensación de hacía unos minutos. La adrenalina se apoderó de su mente y la sucesión de los hechos había sido tan rápida que ni su propio cerebro había sido capaz de asimilarlo. Ahora, poco a poco se reconstruían los detalles y se sentía atemorizada.

Mientras el chorro de agua empapaba su cabeza, las imágenes y los recuerdos de Rei se reordenaban en su mente, reconstruyendo una historia repleta de información que parecía que ella misma la había vivido. Cuando la memoria de Rei se había estabilizado por completo en Sarah, un hilo punzante atravesó su hipotálamo, como si algo se hubiese conectado a él. De repente un frío helado recorrió toda su columna vertebral hasta llegar a la médula, donde súbitamente se convirtió en un calor abrasador que le quemaba hasta los labios. Sarah giró veloz el grifo mono-mando hacia el agua fría y las suaves gotas que chocaban contra su piel, incesantes, se convirtieron en vapor. Estuvo a punto de desmayarse una vez más, pero se sostuvo como pudo a la mampara, y salió entre golpes hacia la cama de matrimonio que había en la habitación. Desnuda se estiró sobre las sábanas que cubrían el colchón y comenzó a hiperventilar. El calor era asfixiante y no le daba tregua. De repente, los ojos de Sarah se clavaron en el techo de la habitación, abiertos como platos, y sus pupilas se dilataron al máximo. Sus ojos comenzaron a vibrar y su iris no dejaba de moverse de izquierda a derecha, como si intentasen leer, ávidos, un libro. Una sucesión de ideas, planes, mapas y cifras, corrían ante sus ojos. Su microchip comenzó a descargar una nueva información y esta vez no provenía del cerebro de Rei, pues todos los datos habían sido volcados con éxito. Esta nueva información era más tenaz, devoradora e incluso más triste y dolorosa que la que Rei le había brindado. Sentía recuerdos de más de cincuenta años. Los recuerdos de una vida desdichada, de una vida afortunada y de una vida truncada. Unas décadas de cambios repentinos muy dolorosos para su portador, que lo habían convertido en un ser despiadado. Eran sin duda alguna los recuerdos de Gendoh Ikari, el jefe de Rei. La última imagen que retuvieron las pupilas de Sarah antes de que todo volviese a la normalidad, fue la cálida cara sonriente de Yui Ikari, la que fuera la mujer del comandante Gendoh y la obsesión de sus experimentos.

EVANGELION: Resurrección IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora