EVANGELION: Resurrección I

Capítulo 8: Primer caballo blanco

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PRIMER CABALLO BLANCO

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Los dos aeroplanos estaban listos para despegar. El de la Doctora Hershlag se dirigía a la capital de España, Madrid, mientras que el de su mano derecha, Giselle Harsh, volaría hacia Lyon, al cuartel de la SGUA.

La doctora había causado un gran revuelo a sus acompañantes de vuelo después de sus terroríficas declaraciones. Los cuatro hombres que habían escuchado con atención su relato, estaban acongojados ante la idea de perder la vida por culpa del virus Mocer. Sus síntomas eran letales y producía una muerte desgarradora. En especial, los dos científicos lo sabían con total exactitud, pues durante los últimos años se habían encargado de hacer cientos de autopsias a los cadáveres y cada vez la cepa del virus era más dañina.

Los primeros días eras atacado por unas fiebres muy elevadas. Después el cuerpo se estabilizaba y pasaba los tres días siguientes en un estado inmejorable. Tan fresco que nunca pensarías que podrías estar enfermo. Los días siguientes eran los terminales: el cuerpo se iba desgarrando por dentro poco a poco. La carne se iba separando de los huesos lentamente, mientras que estos a su vez iban perdiendo todo su calcio y se hacían frágiles. Poco a poco los músculos se iban engarrotando hasta el punto de perder la capacidad del movimiento. En pocas horas, después de quedarte paralizado, cientos de bacterias terminaban con tu organismo, devorando poco a poco tus órganos internos, comenzando por el estómago y terminando por los pulmones y el cerebro. Sólo había una cosa que quedaba intacta: El corazón, el cual albergaba la reina madre de la cepa Mocer.

Asier tenía curiosidad por saber cómo se moría una persona con el virus y preguntó los detalles. Uno de los científicos no tuvo ningún reparo en contarle hasta el más mínimo matiz de una de las autopsias más desgarradoras que había vivido: la de una mujer embarazada de ocho meses y medio. La escena fue tan grotesca que Darío no pudo evitar vomitar; el resto del vuelo lo pasaron en silencio y Asier se recordó a sí mismo una y otra vez, no volver a preguntar más a uno de esos dos cínicos ningún tipo de detalle médico.

Horas más tarde, ya de madrugada, aterrizaron en el hangar del cuartel en Madrid. Nada ni nadie les esperaba en aquel lugar. Había sido abandonado hacía más de un mes, después de que la IBI terminase con los supervivientes de la capital, así que no corrían riesgo de contagios, pues el virus ya había desaparecido de aquel lugar, y en cualquier caso, estaban vacunados con el Rouri10. Se instalaron en el lugar, pusieron en funcionamiento los generadores de luz y comenzaron a trabajar.

— No hay tiempo que perder – dijo la Doctora –. Asier y Darío, poned en marcha los controles militares, rastrear toda la zona desde el satélite. Id informándome de todo lo que sea anómalo y si no obtenéis ninguna anomalía, cada hora, avisadme de cómo va el rastreo aunque no tengáis nada.

— Bien. Cuando terminemos con Madrid ¿Qué hacemos? – preguntó Asier

— Iniciad la búsqueda desde el sur de España, provincia a provincia y en orden. El sur fue lo primero que atacaron, es probable que la MCBI dejase a los niños allí para mayor seguridad – explicó la Doctora. – Nosotros vamos a ver como están las instalaciones del laboratorio.

2

Japón. Aeropuerto de Narita. Neo-Tokyo 4. Un medio día de calor bochornoso. A la salida del aeropuerto un coche negro con los cristales tintados esperaba a la mujer que había llegado en el vuelo. Caminaba a paso ligero, vestida con tacones y un traje de corte. Un hombre de pelo corto se bajó del coche y le abrió la puerta:

— Señorita Ayanami, ¿cómo ha ido el vuelo? Debemos marcharnos ya, él la está esperando.

Y sin recibir respuesta por parte de la mujer, el hombre cerró la puerta y condujo el vehículo hasta la central de la MCBI. Tampoco medió palabra por el camino, y parecía que el hombre era consciente de que ella no le iba a contestar, sin embargo, él seguía haciendo preguntas al aire.