Capítulo 6

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Adán

Reposo mi cabeza en la húmeda baldosa mientras las gotas de agua caen sobre mi cuerpo. Cierro los ojos y espero a que la respiración se normalice. No quería solucionar el problema de esta manera. Con tan sólo cerrar los ojos la veía a ella en el momento en el que dejó caer la toalla por su cuerpo, mostrando sus piernas, sus caderas, su cintura y... ¡Demonios! Y eso que solamente logré verla de espaldas. Si llegara a verla de frente me volvería aun más loco y no aguantaría las ganas de ir hasta su habitación otra vez, pero con la intención de hacerla mía.

—¡Mierda! ¿Otra vez? —Abro los ojos de golpe y me obligo a no pensar mas en ella.

Parezco un adolescente engreído que nunca ha follado. Le doy un puñetazo a la pared y decido terminar de bañarme, ignorando cierto problema. Tal vez si llamo a Angelique salga de esta terrible necesidad. Mejor no, debe estar muy cabreada por como la traté. Salgo del baño con la toalla amarrada a mi cintura. Me dirijo a mi armario para vestirme. Estoy solo en mi apartamento, por lo que decido ponerme un bóxer rojo solamente. 

Llego a la cocina y busco en el refrigerador un paquete de carne de hamburguesas. Mientras la sartén calienta, empiezo a cortar la ensalada, los tomates y demás ingredientes. Enciendo la radio y suena una canción romántica. Ruedo los ojos y cambio de emisora, pero en todas suenan las malditas canciones cursis. Me olvido por completo de la sartén hasta conseguir una buena emisora. Cuando voy a verificar si ya ha calentado para echar a cocinar la carne, me quemo.

—¡Aghh! Maldito sartén. —Sacudo mi mano, tratando de aliviar el ardor.

Voy a la pluma y me lavo las manos. Luego me las seco con una toalla para coger los ingredientes. Estando desprevenido, el timbre suena y del susto dejo caer al piso los ingredientes.

—¡Carajo! —En un rápido movimiento, de la rabia, tomo la radio y la estrello contra la pared.

Esta cae al piso provocando un ruido grande. Por fin, se acabaron las canciones cursis. Me doblo para recoger el desastre. Echo a la basura los ingredientes y cuando verifico la carne, esta se ha quemado. El timbre vuelve a sonar repetidas veces.

—¡¡¡Ya voy, maldita sea!!!

Después de dejar todo listo, miro mi atuendo y me doy cuenta que no estoy presentable. Que se joda, estoy en mi apartamento y no de buen humor. Abro la puerta bruscamente e ignoro a las personas de pequeña estatura que se encuentran frente a mí y fijo mi vista en el pobre botón. ¡Me lo han roto!

—Anda, me jodieron el cabrón timbre.

Volteo y me encuentro a tres monjas embobadas. Dos de ellas con unos ridículos espejuelos.

Elevo una ceja y doy un respingo cuando la de la izquierda comienza a rezar con sus manos en alto

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Elevo una ceja y doy un respingo cuando la de la izquierda comienza a rezar con sus manos en alto. La del medio me reprende por mi vocabulario, mientras que la otra eleva una cruz al aire con la mirada puesta en mi bóxer.

Cambiando al enemigo [En Edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora