Prólogo

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La espesa nube que cubre mis ojos se va yendo, aún veo borroso, pero estoy despertando. No puedo descifrar en dónde me encuentro. Todo está obscuro. Solo una luz tenue que se asoma por una pequeña abertura que hay en la pared me da la señal de que estoy encerrada en una habitación.

Me siento mareada y la cabeza me da vueltas. Intento moverme pero mi cuerpo está débil ¿Qué me ha pasado? ¿Dónde estoy? Me pregunto internamente. Al no encontrar las respuestas el pánico me atormenta y las lágrimas amenazan con salir. Quiero gritar para que alguien venga a mi encuentro, pero no puedo porque mi garganta se encuentra seca.

No recuerdo como llegué aquí y menos que fue lo que sucedió. Trato de levantarme pero estoy sin fuerzas. Toco mi cabeza al sentir una leve punzada y rápidamente mi mano se empapa de algo húmedo, retiro mi mano y luego la miro. Me altero, comienzo a respirar descontroladamente, pues han golpeado mi cabeza y estoy sangrando. Hago otro intento de levantarme y es ahí cuando me percato que mis pies están atados a una cadena. Intento sacarla pero es una pérdida de tiempo, pues hay un candado impidiendo que pueda liberarme. Me acomodo en mi lugar y me meto en mis pensamientos. Busco en el valle de los recuerdos lo último que hice antes de encontrarme en esta situación.

Recuerdo que estaba discutiendo con mi supuesto amor; a quien le entregué todo, mi confianza y mi corazón. Me humillé ante él poniéndome de rodillas pero aún así no me creyó. Ante ese recuerdo mis ojos se humedecen, ¿de tantas cosas me tuve que acordar de esa? Mi mente es un desastre como también lo soy yo.

Ahora me doy cuenta de que las locuras que cometemos por amor no sirven de nada. Le perdoné una y mil veces. Justo me tendieron una trampa y ya me odia. Por él hice todo, me hice su cómplice sabiendo sus errores, que por cierto no me arrepiento de eso. Lo defendí en muchas ocasiones, y todo porque mi corazón siempre lo eligió a él, a mi enemigo.

Unos focos se encienden dejándome ciega por un segundo. Al final de la habitación hay un poste de metal; ancho y grueso, que va desde el techo hasta el suelo. Mis ojos se abren al ver a la persona que se encuentra encadenada en él. Está de pie, con la cabeza agachada.

—¿Eres tú?... —Le pregunto en un susurro no creyéndome aún que sea él.

Él levanta su cabeza y me dedica una mirada apagada, fría y sin expresión, la cual hace que comience a llorar. Está peor que yo. Sus ojos se encuentran rojos e hinchados. Recorro su cuerpo con mis ojos para ver si tiene otra herida. Siento alivio al ver que no. De pronto una voz retumba en la habitación a través de unos altavoces.

—¡Vaya, vaya! Veo que ya han despertado. ¿Saben lo mucho que me ha costado tenerlos a ambos así, cara a cara, uno frente al otro? Imagino que no, pero hoy es el día en que se sabrá toda la verdad. —Dice la voz gruesa para luego soltar una carcajada escalofriante.

¡Deja de ser un cobarde y muéstrate! —Grito con las pocas fuerzas que me quedan, mirando por toda la habitación para encontrar el dueño de esa voz.

Tan impaciente como siempre, querida Jade. Verás, hoy será el día en que te enterarás de todo. ¿Eso es lo que siempre has querido, no? Bueno en fin, será mejor enfrentarme ante ustedes para hacer más emotiva la escena.

De pronto un silencio nos envuelve. Con pánico miro de nuevo al poste y al que se encuentra en él. Éste mira a un punto imaginario en la habitación. Me siento culpable al verlo así, sin esa felicidad que tenía en días pasados en su mirada. Quiero explicarle que todo fue un mal entendido, pero él no me da la oportunidad.

—¿Estás bien? —Le pregunto cohibida.

—¿Qué quieres, Jade? —Hace la pregunta con cierto fastidio en su voz.

Cambiando al enemigo [En Edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora