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El vidrio de la ventana se empañaba con mis suspiros de frustración, mi lapicero paseaba por mis manos rápidamente, faltaban tan solo 15 minutos para el receso y por fin podría llenar mi desocupado estómago. Aunque a decir verdad no me molesta en lo absoluto estar en clase ya que puedo ver su ancha espalda y sus lisos cabellos castaños tres puestos frente a mí, ignorandome como de constumbre.
Tras esperar el tiempo restante, el glorioso timbre suena permitiendo que salga corriendo hacia la cafetería. Pido una dona junto a una gaseosa para luego dirigirme a una de las mesas a leer uno de mis tantos libros de biblioteca.
Las personas pasan y el tiempo transcurre. Aveces pienso que mi vida es demasiado monótona, no tengo amigos como los demás porque no me interesa en lo absoluto socializar con personas mediocres que juzgan cualquier cosa o cultura, tampoco es que me interese eso de flirtear con cualquiera como la porrista del salón. Yo prefiero a Adrián.
Adrián es un pelicastaño medio, un poco alto, con una ancha espalda que no presume, alguien que por lo general mantiene una fina línea en sus labios de manera neutra, pero que ilumina cuando sonríe. Es un chico extraño y un poco rarito, tiene muchos amigos pero no se junta mucho con ellos. Me gusta desde hace 5 meses, pero el ni siquiera nota mi existencia.
Lo que él no sabe es que yo soy feliz con solo verlo.
Mi estómago quedó apenas conforme con lo que comí pero no había mucho tiempo, tenía que ir a clases de deporte con el profesor Ramírez y no me convenía llegar tarde una vez más. Corrí por los pasillos hasta llegar a los vestidores para cambiarme rápidamente e ir al campo.
— es bueno verla llegar a tiempo hoy señorita weasley — me mira burlón.
El profesor Ramírez aún es joven, aunque es feo a muerte, tiene un humor pegadizo que nos permite trabajar a gusto en sus clases.
— hoy trabajaremos en parejas — informa. — ¡Weasley! — me grita sobresaltandome — a tí te toca con samya.
Observo a la recién llamada, quien viene corriendo hacia mí. Samya es muy amable conmigo aunque no hablamos consecutivamente.
— hey, Leila — me hace un breve saludo con la mano que yo le devuelvo.
Y es entonces cuando llega Adrián, tarde como casi siempre, él no es un mal alumno, pero tampoco es muy responsable que digamos. Trae puesto consigo la misma insípida ropa que traía puesta esta mañana. Olvidó su uniforme de deporte.
— señor Hayward — el profesor le da una severa mirada acusadora — ¿al menos puede inventar una excusa por su uniforme? Porque la de las llegadas tarde ya me las sé de memoria.