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No me importó nada en el momento en que recibí la llamada. en unos minutos ya me hallaba en el aeropuerto gritando el nombre de Adrián a todo pulmón y mirando a todas las direcciones posibles para reconocer aquella cabellera con reflejos castaños claros.
— ¡Adrián! — me dirijo a la señora que manipula todos los pasaportes. — señorita, ¿alguien llamado Adrián Hayward compró un boleto?
La mujer teclea rápidamente en el portátil y luego asiente en mi dirección. — vuelo a Europa.
— ¿donde está el avión?
— ya partió. — responde haciendo que mi mundo se derrumbe. Las lágrimas salen fluidamente y entonces corro a la terraza.
— ¡¡¡HAYWARD!!! — le grito al avión que veo en la lejanía. — ¡TE AMO!
era demasiado tarde para decirlo, él no me escucharía estando tan lejos. Ya mi voz no podía alcanzarlo, mi sonrisa llena de lágrimas tampoco lo haría.
Y sé que es lo que más extrañaré de él; esa maldita sonrisa que reemplazaba su fina línea en los labios.
Ahora me arrepentía de jamás haberle dicho que lo amaba, de no disfrutar más a su lado cada día de mi vida.
Me dí la vuelta dispuesta a derrumbarme más, porque no iré a casa, iré a buscar cada uno de los lugares que me recuerdan a él.
Cuando entré a la universidad y ví la piscina de natación sentí como me destruía por dentro recordando aquella vez que me regaló la cadena con esa luna.
Al ver el parque de atracciones, subir a la ruleta y vislumbrar las mismas luces que ví con él antes, no se sentía lo mismo. Ya no eran las mismas luces para mí.
Aquella casa que me causaba miedo solo se sentía como una casa más. probablemente los muñecos sentirían lástima por mí si tuvieran vida.
El chocolate seguía sabiendo rico, me comí 8 donas mientras lloraba y reía a la vez. Me veía ridícula.
Por último, aproximadamente a las 8 de la noche, casi a la misma hora que el día de mis cumpleaños, llegué a la colina donde nos besamos por primera vez.
Todo estaba como antes, pero sin lluvia, con su ausencia, con mi vacío, con las lágrimas avisando con salir de nuevo.
Todo era lo mismo que antes, pero sin nada del antiguo contenido.
Me tiro sobre el pasto mirando al cielo. La luna me recuerda a Adrián. Ahora entendía el porqué me pidió que fuera su luna, porque siempre quería observarla cuando se marchara.
Debí abrazarlo una vez más la última vez que lo ví.
Mi celular vibra anunciando una llamada. Lo agarro del bolsillo y descuelgo.