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     Desde que sus padres lo han echado de casa, él vive solo. Pero con los ahorros que ha ganado gracias a su pequeña librería, se alejó de su ciudad natal y se mudó a un desconocido pueblo que encontró tras deslizar su dedo pulgar en el mapa. 

    En Neoston, la gente es amistosa, cálida, reservada y callada. Hasta la fecha no ha congeniado con ninguno. En Neoston prometían amabilidad en los folletos para los turistas, la realidad es que hay indiferencia, secretos, artefactos extraños que nadie explica como han llegado pero que todos creen conocer desde siempre. 

    No tiene amigos. Está solo. 

    Se siente solo en su cabaña, entre bosques y paisajes seductores, entre los cantos de los pájaros y los animales silvestres. Ama leer, los libros también son sus amigos y los discos de vinilo, ya en desuso, son las únicas voces que llenan el espacio en blanco de su vida. Cree que los pájaros son sus amigos también, o que el pequeño conejo que escapó de su visión, en realidad está jugando a las escondidas con él. 

    Es un poco iluso. Kim Nam Joon, es ingenuo cuando fotografía con su cámara para guardar sus solitarios recuerdos. Desde siempre ermitaño aún si escucha murmullos a sus espaldas en aquellas pequeñas tiendas, o en el supermercado, porque es diferente y no ha tenido oportunidad de caer bien a los demás.

   Excepto la señora Norrer. Ella lo invitó a cenar. Cuando Nam Joon le preguntó la razón solo dijo: «Porque sí, porque es su deber invitarlo».

   Los Norrer son simpáticos. Caen bien a todos, quizá la razón sea porque su esposo es el alcalde o porque su esposa regala pasteles en la escuela en la que uno de sus hijos asiste. Sea cual sea el motivo, Nam Joon se sintió cómodo y aceptado por primera vez.

    —¿Y por qué has decidido venir a Neoston, Nam? ¿Puedo llamarte, Nam, no?

   Todos los ojos de la familia se clavan sobre él. El tenedor que sostiene, se detiene en su boca y abre, inspirando aire porque no quiere ni debe decir la razón. Es doloroso recordar como sus padres con crueldad lo echaron a una edad tan joven, tan abrupta. 

    Doce años. Por un error. Un tonto y estúpido error.

   —Quería escapar de la civilización... Aquí es muy calmo, es perfecto. Soy fotógrafo. Y este lugar tiene mucho arte.

   Miente. Él no es precisamente alguien profesional, sino torpe y amante de colgarse la cámara al cuello para capturar momentos de hasta lo más trivial.

   —¿Arte? ¿Este pequeño lugar? ¡Qué bromista! 

  —Pues... Hay muchos curiosos artefactos en el pueblo, siempre me pregunto que son. Porque están ahí.

   —Chatarra, eso es todo. Pura chatarra que nunca han recogido —cortó de forma oportuna el señor Norrer. 

     Un drástico silencio. Incomodidad. Una risa inesperada por parte del niño, el menor de los Norrer.

   —¿Podría enseñarle al señor Kim mis juguetes?

   —Primero come tus verduras, Thomas. 

   Otro drástico silencio. Incomodidad. Un suspiro por parte de la señora Norrer.

PARALLELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora