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Fui llevada a un carruaje donde aguardaba un hombre gordo y calvo dentro de él, lo primero que pensé es que él era amo de esta casa. Mientras salía del lugar pude observar mejor la propiedad, era una mansión hermosa y con estilo medieval, los jardines se extendían hasta perderse en la oscuridad de la noche.

-señorita- dijo el mayordomo extendiéndome la mano para que me apoyara de esta y subiera a la carrosa, esta era muy diferente de donde me trajeron, era hermosa, estaba decorada de herrería de color oro, y no dudo de que fuera oro de verdad. Al subir a este, me senté en el asiento opuesto de donde estaba sentado el hombre gordo, pude notar que este me miraba de arriba abajo sin ninguna expresión, y de repente sonrió.

-Si no tuviera nada que ver con el Emperador ya te hubiera cogido- dijo con cinismo.

Me quede paralizada, la puerta se cerró y el carruaje comenzó a moverse. Ese hombre me asqueaba, no podía verlo a los ojos, pero él seguía observándome, quería huir de ahí, pero las puertas del coche fueron cerradas con llave por lo que pude notar y las ventanas eran muy chiquitas, apenas se podía ver lo que había afuera.

Paso un tiempo, estaba desesperada por que este viaje terminara, el hombre gordo miraba su reloj y pude confirmar que había pasado una hora. Por suerte para mí el hombre gordo había dejado de verme 10 minutos después de emprender el viaje, parecía inmerso en sus pensamientos, balbuceaba para el mismo, parecía que practicaba sus líneas para hablar con aquel emperador. Era comprensible, yo también estaría muy nerviosa si fuera él, y aunque también iba a ver al emperador supuse que no tendría que hablar con él, pero ¿Qué tal si era igual al hombre sentado frente a mí? Gordo, repugnante, viejo, la idea me horrorizaba. En un momento pensé en darle una patada a la puerta del carruaje, pero sabía que esa era una idea tonta, nunca tuve mucha fuerza y estaba en mi cuerpo original, así que lo descarte.

El carruaje se detuvo, era el momento, por fin habíamos llegado. La puerta del coche se abrió y una mano se extendió a mí, era el cochero del carruaje. Mi cuerpo se movió instintivamente para agarrar su mano, pero sentí una mano que me empujaba hacia atrás, era el hombre gordo, este me agarro la cara y puso la suya a unos centímetros de la mía.

-Más te vale quedarte callada y hacer lo que te diga. Ponte el velo- me dijo como último y soltó mi cara, salió del carruaje primero, como cualquier "caballero" lo haría. Sentía que mi sangre ardía, estaba tan molesta, quería meterle un puñetazo en sus testículos pero sabía que eso me condenaría a no sé cuántas cosas, en fin, me puse el velo.

Salí, y lo que vi fue impresionante, era un palacio árabe en mi opinión: blanco, decorado de figuras doradas, un pasillo grande se extendía frente a nosotros y hombres realmente guapos, usando túnicas que los cubrían de pies a cabeza, si no fuera por la situación diría que eran modelos que trabajan en el rodaje de una película. Atrás mío había 3 estanques del tamaño de albercas olímpicas y en cada una había flores de loto con velas en su interior, la vista era tan hermosa.

Uno de los hombres en turbante se acercó, este tenía un turbante diferente al de los otros, era negro.

-Mi nombre es Amin, es un placer tenerlos en Aljana, ¿serían tan amables de seguirme?- dijo estirando su mano hacia al fondo del pasillo.

El hombre gordo comenzó a caminar, yo iba tras de él, el cochero se quedó en el carruaje observando cómo nos alejábamos. Estaba nerviosa, pero fascinada a la vez, mi atención estaba en la arquitectura de esta palacio, estaba en el paraíso, me preguntaba como lo habían construido, si lo habían hecho personas explotadas como en Egipto. Mientras pensaba en esto no me había dado cuenta de que habíamos llegado a una puerta de más de 3 metros de altura, color turquesa, esta se dividía en dos y estaba abierta completamente. El gordo y yo entramos por aquella puerta y entramos a un salón: las paredes y el piso estaban hechos de mármol rojo, lo había visto pero en pequeñas cantidades y esto era todo un lujo, en un lado de aquel salón, habían unas mujeres vestidas igual que yo, como bailarinas árabes, aunque sus caras estaban tapadas con velos, sus ojos demostraban lo cuan hermosas eran, habían sirvientes por doquier, una mesa en el centro del salón y una sillón realmente lujoso y atractivo a la vista, y encima de este había un ¿muchacho? No podía creer lo que estaba viendo.

La concubina del demonio de ojos azulesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora