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Último curso.
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Los rayos del sol atravesaron las delgadas cortinas de la habitación. James se frotó los ojos y miró a su lado; Jane estaba completamente despeinada, tenía la boca ligeramente abierta y un pequeño hilo de saliva recorría la almohada. James mordisqueó sus labios para evitar soltar una risa, se puso el bóxer y de su mochila sacó una cámara mágica que cargaba a todas partes. Con cuidado de no hacer ruido, le sacó una foto. Dos en realidad, en la otra aparecía él sacando la lengua y con Jane de fondo. El azabache se metió al baño y salió de este con una toalla amarrada en la cintura.
– Lindo hipógrifo... –murmuró una adormilada Jane removiéndose en la cama. James se agachó a su lado, aún con el torso desnudo y le besó la mejilla– ¡Ay, Merlín! ¡No ese sueño de nuevo! –exclamó en el momento en que vio a James frente a ella.
– ¿De qué hablas, qué clase de sueños tienes, cochinota?
Jane le lanzó una almohada y se tapó con las sábanas hasta la cabeza, avergonzada.
– ¡James, vístete!
– Ay, pero ayer hasta querías romper mi playera, picarona –le guiñó un ojo y se vistió con rapidez.
(...)
– ¡Hemos llegado, mamá! –gritó James tomando a su novia de la mano. Una mujer pelirroja bajaba las escaleras, soltó un chillido de emoción.
– ¡Tienen las manos tomadas, Fleamont! –Euphemia llamaba a su esposo, el señor Potter bajó las escaleras con menos emoción que su esposa.– ¡Gané la apuesta!
– ¿Apostaron por nosotros? –preguntó la pareja, confundida.
– Euphemia apostó por ustedes. Yo creí que mi hijo nunca se daría que eras su pelirroja, Jane –se encogió de hombros e hizo a su hijo a un lado, abrazando a su nuera– Te deseo toda la paciencia del mundo, pequeña.
– ¡Sigo aquí, papá!
(...)
Las vacaciones se habían acabado. Los merodeadores estaban a horas de cursar su último año en Hogwarts. Jane había dejado de lado el tema de su familia, pues ahora se encontraba con quienes la amaban de verdad, por lo que era y no por lo que aparentaba ser. Los merodeadores se habían visto con mucha frecuencia en las vacaciones, los cinco habían compartido muchas risas y momentos gratos. La cámara mágica de James se había encargado de ello. Rose y Sirius ya no se odiaban tanto, bueno, Rose ya no odiaba tanto a Sirius. Jane sentía a los Potter como su familia, a Remus, Sirius, Peter y Rose como parte de ella y no necesitaba a nadie más. Ya todos se encontraban en King's Cross. Los merodeadores miraban por última vez la pared que los conduciría al andén 9¾, sería la última vez que la atravesarían.
– ¿No sienten nostalgia? –preguntó Jane, aún con la mirada fija en la pared. James pasó un brazo por los hombros de la pelirroja, mientras que Sirius hacía lo mismo con Remus y Peter.– La próxima vez que estemos aquí será con nuestros hijos.
– ¿Hijos? ¿Quién tendrá hijos? –la pequeña rubia llegó al lado de los merodeadores. Jane miró a su mejor amiga y la abrazó con emoción. No se habían visto durante todas las vacaciones. pues la rubia había pasado las vacaciones en América con su hermano mayor, Edward.
– ¿Están listos? – preguntó Remus suspirando. Hogwarts era su hogar, fue el primer lugar donde había sido aceptado. Donde había conocido a su familia.
– ¿Nadie dirá un discurso o algo así? –todos se encogieron de hombros ante la pregunta de Peter.
– Eso no sería muy de nosotros, Colagusano.
Los seis adolescentes cruzaron la pared con emoción y nostalgia. El andén ya se encontraba repleto de niños y sus padres, lechuzas volaban de allá para acá. Eran las 11 am y ya estaban todos los alumnos dentro del tren escarlata, muchos de ellos despidiéndose de Londres y de sus padres. Escocia los esperaba.
– Con James tenemos una noticia que darles –dijo Jane cuando ya todos estaban dentro del compartimiento, el mismo desde la primera vez.
– Ay no, ¿Se adelantó la bendición? –Sirius mordía sus uñas nervioso– Ni se les ocurra dejarme como niñero, odio a los bebés.
– Estoy segura que ni siquiera fuiste una opción, Black –esperó Rose mirando al pelinegro con desagrado.
– ¿Qué pasa, están bien? –Remus los miraba con preocupación. La pareja se miró y luego miró a sus amigos, quienes estaban expectantes a lo que dirían.
– ¡Somos premios anuales! –chillaron ambos, chocando los puños. El resto los miraba con la boca abierta, a los pocos segundos celebraban junto a ellos.
