Capítulo 23

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Las mañanas siempre habían sido alegres, el cielo últimamente había estado más despejado de lo que solía estar pero eso solo fue durante poco tiempo, antes de que todo aquello sucediera. Daniela solía sentarse en el marco de la ventana para poder admirar a través de ella, si algo amaba era poder ver las hojas de los árboles caer, danzando al ritmo de un perfecto vaivén, como si fuesen bailarinas quienes interpretaban un baile, perfectamente sincronizadas, siempre siguiendo el ritmo aunque encontrando su propia melodía. Daniela era distinta a como la mayoría creía o pensaba, no era una chica adinerada amante de la música urbana o del reggaeton como casi todas lo eran, no, en realidad era una amante del pop y el jazz. En realidad, casi nadie sabía de su gusto por la música de clubs, el jazz era un género que disfrutaba escuchar, con María José había aprendido el arte que significaba cada nota, falcete o letra, ahora podía leer cada melodía y sentirla, hacer como si fuese suya, podía seguir el ritmo y sentirlo de verdad. Esa era una de las cosas que más le gustaba hacer.

La sensación de sentir el aire fresco por mañana mientras admiraba por la ventana el paisaje que se iluminaba y de fondo escuchaba algo de música, nada podía compararse a aquello jamás, porque esa era una sensación única e incomparable.

Ella no era tan difícil de comprender sólo había que saber escucharla, la mayoría de personas que se acercaban a ella antes era por su físico, su apariencia era algo que le ayudaba bastante pero jamás se aprovechaba de aquello, nunca creyó que la apariencia fuese algo que importase totalmente. Le gustaba verse bien pero solo para impresionarse a sí misma, no necesitaba darle gusto a alguien más o verse bien para los demás. Ella lucía bien para sí misma.

Sus días estaban repletos de amor y felicidad, su hermana y su madre eran la única familia que tenía pero también la única que necesitaba, extrañaba a su padre, claro que lo hacía, pero a pesar de su ausencia seguía amándolo con la misma inmensidad, siempre guardando y preservando un pequeño pedazo de su corazón para él. Cuando su padre había muerto, hace ya algún tiempo, le había costado mucho trabajo asimilarlo y cuando por fin lo hizo ahora debía acostumbrarse a su ausencia y aceptar su partida, le llevó mucho tiempo hacerlo pero cuando lo logró se dio cuenta de que era la única manera en que podría seguir adelante. No puedes simplemente quedarte estancado porque; aquel que vive en el pasado vive encadenado. Confinado a los fines de su propia mente.

El día era ahora un poco diferente a como lo había sido siempre desde ya hace algunos meses, tenía un nuevo patrón que se había convertido en una rutina la cual había creado hace unos días, despertaba todas las mañanas en un cuarto blanco con el sonido de las distintas máquinas que adornaban la sala, las paredes blancas la deslumbran y el típico olor a fármacos mezclado con desinfectante inundando sus fosas nasales, colandose a través de sus sentidos agudisandolos un poco, su espalada dolía por estar sentada sobre una silla mientras recargaba su cabeza contra una parte de la camilla. Lo primero que veía al despertar era el cuerpo de la pelinegra aún sin ninguna señal aparente que anunciase que estaba despierta, observaba su cuerpo por unos minutos mientras pedía internamente con desesperación que despertase, lo único que quería era poder ver aquellos hermosos ojos color aceituna, los mismos que le habían robado cientos de suspiros, aquellos que tanto amaba, daría lo que fuese por verlos otra vez; con ese brillo característico de María José mientras sonríe o le dice cuanto la ama. Quería volver a oír su voz, quería escucharla decir que la amaba y que no volvería a dormir, que estaría con ella para siempre. Que estaría con ella todo el tiempo que la vida le permitiese estarlo.

"Buenos días amor, todos estamos esperando a que despiertes, no tardes mucho, por favor... Mamá y Juli han preguntado por ti, ellas te extrañan... Yo te extraño, todos los hacemos, en realidad." Daniela sujetaba su mano mientras susurraba a su oído algunas palabras, con cada una de ellas su voz se quebraba más y más hasta que simplemente fue un sollozo. "Por favor, te necesito, amor... Los días sin ti se han vuelto una tortura, el sol sale pero aún tengo frío, mamá dijo que debería comer un poco más pero no quiero, no tengo ganas... Ella está preocupada por mí y no lo entiendo, no tengo nada... Yo... Yo, estoy bien"

7 DÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora