Después de un funeral, uno espera llegar a casa y estar tranquilo. Ya sea pensar, llorar o descansar. Eso es lo que esperábamos mi hermana y yo, pero no fue lo que encontramos. Al abrir la puerta lo primero que vemos es a mamá, sentada en el piso de la cocina, tomando whisky directo de la botella, con la mirada perdida. Todos sus rasgos demuestran que está enojada. Se lo que esto significa, pelea. Mando a Maeve a su habitación, no importa cuántas veces me diga que ya "es grande", siempre la voy a proteger y estoy segura que no quiero que vea esto. Cuando me aseguro que ya está dentro de su cuarto, me acerco a mamá y le saco la botella de la mano, para derramar lo poco que queda en la pileta de la cocina. Se para tambaleando e intenta agarrar mi mano para detenerme.
-Tú no decides cuando dejo de tomar – dice arrastrando las palabras.
-Si cuando soy la que va a limpiar el desastre que hagas.
-Yo soy la adulta aquí, mocosa.
- ¡Entonces compórtate como tal! – le grito mirándola duro - ¿Te parece normal que tus hijas te vean en este estado? ¿Qué sea yo la que limpie tus desastres y te tenga que arrastrar a la cama cuando te desmayas en el piso?
- ¡Yo no hago eso! – mira hacia otro lado intentando recordar – Siempre me levanto en mi propia cama y estoy segura que voy sola.
- ¡No! siempre soy yo la que te lleva hasta tu cama porque no quiero que Maeve te vea en ese estado – mi voz es casi un susurro – estoy cansada de esto mamá, necesito que reacciones, que te comportes como una madre.
- ¡Ya lo hago! ¡Nunca les falto nada! Tienen ropa, comida, casa y educación ¿Qué más quieren?
- ¡Queremos a nuestra mamá! – grito con lágrimas cayendo por mis mejillas – ¿Es que no lo entiendes? El día que internamos a papá también te perdimos a ti. Nos dejaste en segundo plano, como si no existiéramos, incluso actúas como si él ya se hubiera ido.
-Eso no es cierto – corre la cara hacia la pared, pero logro ver que está llorando
-Sí que lo es ¿Cuándo fue la última vez que lo fuiste a ver? – no responde – ¿Al menos fuiste alguna vez?
Mamá empieza a sollozar más fuerte. Cae al piso sentada, apoyada contra la mesada y se abraza las piernas. No me acerco, la miro apoyada contra la mesada de enfrente. Cuando el llanto empieza a ser más suave, habla.
-No puedo.
- ¿Por qué?
-Porque entonces es real – susurra.
Entonces algo se frunce en mí. Mamá siempre dijo que él era el amor de su vida y lo perdió. Una parte de mí se compadece, pero por otro lado no puedo. Nosotras perdimos a nuestros dos padres ese día.
-Para Maeve y para mí fue real, tuvo que serlo. No nos dejaste otra opción. Tenía dieciséis años mamá. ¡Dieciséis! Y tuve que hacerme cargo de la internación de papá sola porque tú no estabas ahí. ¡Eso no lo tiene que hacer una niña que acababa de perder a su papá!
-Lo siento – dice entre sollozos – lo siento mucho.
-Ya no me sirve de nada mamá. Si quieres sentirte mejor contigo misma haz de cuenta que te perdono, pero si quieres que te perdone de verdad, entonces se una madre con Maeve, dale la madre que yo no tuve.
Diciendo la última palabra, me doy la vuelta y salgo de casa. Camino sin sentido alguno, dejo que mis pies me lleven donde quieran. Por eso me sorprendo cuando, después de unas horas, llego al parque donde encontré a Maeve el día que se escapó. Me siento en una de las hamacas y me quedo ahí gran parte de la tarde. Pensando. Soñando, mejor dicho, en cómo hubieran sido las cosas si el accidente nunca hubiera pasado. Pero pasó, así que no dejo que mi imaginación sea tan fuerte. Cuando empieza a anochecer, emprendo mi camino a casa.
Me sorprende llegar y que la cocina este limpia, sin rastros de mamá o de botellas de alcohol. Supongo que no le dio nada de comer a Maeve, se las debe haber arreglado con algo de cereal, así que preparo la cena. Nos sentamos juntas en mi cama y cenamos mirando una película, a la que no puedo prestarle atención. Cuando termina veo que mi hermana se quedó dormida en mi cama. Bajo los platos a la cocina y vuelvo a acostarme junto a ella. Me cuesta bastante dormir, pero entre vuelta y vuelta al final lo logro.
Al día siguiente, cuando suena la alarma, no me dan ganas de levantarme, pero sé que no puedo faltar a clases porque los exámenes están cerca. Despierto a mi hermana y la mando a cambiarse para llevarla al colegio. Una vez vestida, me miro en el espejo. No me sorprende encontrar ojeras bajo mis ojos, ni me gasto en taparlas y bajo a la cocina. Preparo cereales con leche para ambas y salimos de casa. Después de dejar a Maeve en su colegio, me dirijo a mi instituto. Hoy no tengo ganas de nada, pero necesito esto, tengo que aprobar los exámenes.
La receta de esta semana es "Turrón de chocolate y frutos rojos", por el nombre pensé que hoy la suerte estaba de mi lado y que iba a ser fácil, pero estaba muy equivocada. Cuando hice primer praliné de frambuesas, quemé el chocolate blanco. La ganache de fresa me quedó demasiado liquida, claramente la tuve que tirar porque no me servía. Y como si fuera poco, la pintura que debía ser rosa me quedo roja.
Más de una vez Kaev y Sofía intentan hablar conmigo, pero no los dejo, no quiero hablar con nadie. Fue mala idea venir a clases, me debería haber quedado en casa. Siento que todo es demasiado, mamá, papá, Rinha, mi hermana, las clases; estoy abrumada, necesito estar sola. Antes de empezar a llorar de cansancio, agarro todas mis cosas y salgo del aula. Cuando estoy en el pasillo, lejos de las miradas de mis compañeros, me permito quebrarme y lloro. Pero no freno, quiero irme de aquí.
- ¡Nevaeh!
Escucho la voz de Kaev antes de salir del instituto, pero no le hago caso y sigo caminando hacia mi auto. Estoy abriendo la puerta para entrar, pero su mano en mi hombro me lo impide.
-Cielo ¿Qué está mal?
-Todo – dejo que Kaev sea mi apoyo y lo abrazo, hundiendo mi cara en su pecho para llorar. Descargo, en forma de lágrimas, todo lo que escondí durante tanto tiempo. Siempre fui la fuerte, no me permitía quebrarme de esta forma. No sé cuánto tiempo estamos en esta posición, con Kaev siendo mi sostén, pero cuando me separo y seco mis mejillas, veo que las clases acaban de terminar y que mis compañeros están saliendo del instituto.
-Necesito irme – le digo.
- ¿Quieres que te lleve?
-Gracias. Pero necesito estar sola.
- ¿Segura? – está preocupado.
-Si ya estoy mejor, gracias.
Kaev me da un último abrazo, con un beso en la frente y me suelta. Subo a mi auto y manejo hasta el centro de salud, quiero hablar con papá. Sé que no me va a contestar, pero es un gran oyente, siempre me escuchaba cuando era pequeña y lo sigue haciendo. Camino por los pasillos que se me de memoria desde los dieciséis años, pero cuando estoy por entrar al cuarto de papá, escucho una voz. Mi primer instinto me dice que es Maeve, que se escapó del colegio otra vez. Voy a entrar y a retarla, no puede seguir haciendo estas cosas, pensé que ya se lo había dejado claro. Pero entonces escucho un sollozo.
-Lo siento mucho – Esa voz no es la de mi hermanita – siento no haber venido antes.
¿Mamá?
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Una pizca de amor
RomanceNevaeh ya no confía en si misma, entonces llega él para ayudarla a recordar quien es y descubre que cocinar no solo tiene que ser seguir recetas, también tiene que ver con el amor.