EPILOGO

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La semana se pasa volando. Lo mejor fue cuando, el miércoles a primera hora de la mañana, me llamó el director Koll para avisarme que los videos demostraban claramente como la Barbie chillona entraba al despacho del profesor de nutrición para robarse el examen y como, el día que se nos acercó en el patio para pedir disculpas por su comportamiento, lo introducía en mi bolso con ayuda de un chico. Estaban intentando localizarla para que sea juzgada, por ley le correspondería hacer servicio comunitario, pero al no aparecer puede que se agrave la pena.

Gracias a los videos quedé libre de toda culpa. Por suerte no me hicieron rendir de vuelta el examen de nutrición y, además, pude dar los exámenes que me faltaban sin que los profesores me estén encima "por miedo a que me vuelva a copiar".

El fin de semana llega y con eso, el momento esperado: la mudanza. La verdad es que, por un lado, estoy aterrorizada, pero por el otro, la emoción recorre todo mi cuerpo. Me hace feliz saber que, a partir de hoy, todos los días los voy a comenzar y terminar con la persona que amo.

Kaev hablo con su hermano, Kian, para preguntarle si le molestaba, pero el niño estaba incluso más feliz. Yo creo que tiene que ver con que, de esta forma, piensa que puede ver a Maeve más seguido. Y tiene razón, mi hermana asegura que se va a pasar las tardes conmigo en "mi nueva casa". Claramente yo no soy la única razón por la que quiere estar hacerlo...

Miro por última vez mi habitación, esta vez completamente vacía de personalidad. No quedan muchas cosas que delaten que alguien vivía aquí, solo una cama, un par de stickers pegados a la pared y una estantería con polvo y revistas viejas.

-Sabes que siempre que quieras puedes volver ¿no? – dice mamá pasando una mano sobre las sábanas mi cama.

-Lo sé – suspiro.

Mamá baja la cabeza y se seca las lágrimas que está derramando desde que empezamos a meter todo en cajas.

-No quiero seguir llorando, pero es que... mi nena se va de casa. Creo que ninguna madre está preparada para esto.

Sonrío. Me causa un poco de gracia ver a mamá así. No parecería el tipo de madre que llora porque sus hijas se van de casa, pero, al parecer, lo es. Levanta la cabeza y ve mis ganas de reír.

-No te rías mocosa – pero no puedo evitarlo y un almohadón choca contra mi cara – uno los cría durante años para que se le rían en la cara.

Suelto una carcajada y ella se me une, dándose cuenta del dramatismo exagerado de la situación. Me siento a su lado y la abrazo.

-Las voy a extrañar, pero prometo que voy a llamar seguido y voy a venir a visitarlas, además ustedes pueden ir cuando quieran, ya te lo dijo Kaev.

-Lo sé, pero va a ser raro no tenerte en casa – suspira – sobre todo ahora que tu habitación queda en este estado.

-Puedes ponerte un gimnasio y no tendrías que pagar para ir a uno, o... puedes preguntarle a Maeve si no quisiera tener su taller aquí.

Mi hermana pinta desde que es pequeña, lo hace muy bien y no lo digo solo por ser su hermana, de veras es increíble y cuando crezca, estoy segura que va a ser mejor todavía. El único problema era que en su cuarto no entran sus pinturas y tiene todo tirado en un rincón. Si pusiera su taller en mi cuarto, no solo podría tener todo más acomodado, sino que también tendría mejor luz para pintar.

-Sí, creo que eso podría funcionar.

Escucho una bocina desde el exterior y sé que es Kaev que ya termino de cargar las cosas en su auto.

-Dejaré el auto aquí para que lo puedas usar cuando lo necesites.

Me despido de mi familia y me alejo con el último bolso de ropa en la mano. Lo guardo en el baúl y me meto en el lugar de copiloto. Miro a Kaev que me está observando con una sonrisa de punta a punta. Toma mi mano y le da un beso en la palma.

- ¿Lista para comenzar una nueva vida juntos?

-Lista – sonrío.

Una pizca de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora