CAPITULO 25

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La vida es como un libro recién comprado, no sabes que pasa en la siguiente hoja hasta que la lees y entonces, ya no puedes volver hacia atrás por mucho que quieras. Puedes detenerte y dejar el libro de lado, pero eventualmente hay más hojas que ya están escritas y no puedes hacer nada para cambiar el transcurso de esa historia. O puedes aceptar que las cosas ocurren cuando menos nos lo esperamos, que todo cambia y seguir leyendo hasta el final.

Las palabras entran a mi cuerpo de forma abrupta, dejándome fuera de juego. Siento que mi cuerpo no me pertenece, dejo de escuchar, de ver, de respirar. El teléfono se resbala de mi mano, haciendo un ruido fuerte al golpear contra el piso. Mis piernas dejan de soportar mi peso y tengo que agarrarme del brazo del sillón para no caer. Las manos de mamá me ayudan a encontrar el sillón para sentarme.

-Señorita... ¿se encuentra ahí? – dice la enfermera al otro lado del teléfono en el piso – ¿hola?

Mamá levanta el teléfono y, antes de que pueda ponerse el auricular en la oreja, se lo quieto y respondo.

-Sí, estoy aquí.

-Como le decía, hubo un cambio en los signos vitales y creo de debería venir al centro, los médicos no creen que pase de esta noche.

-Gracias por avisar, enseguida voy.

Cuelgo el teléfono, pero no reacciono. Estoy paralizada y me siento completamente inútil.

-Nevaeh... ¿quién era? – la vocecita de Maeve me obliga a responderle.

-Eran del centro... – miro a mamá – creo que tenemos que ir a despedirnos de papá.

-No quiero despedirme de él – dice mi hermana con los ojos llenos de lágrimas – recién empiezo a visitarlo.

La rodeo con los brazos, dejándola sentarse sobre mi regazo.

- Lo sé, yo tampoco estoy lista para dejarlo ir, creo que nunca lo estaría. Pero papá está cansado. Él está así hace muchos años y por más que quiera recuperarse, a su cuerpo le cuesta mucho. Tenemos que ir a decirle adiós, pera que él pueda irse y ser libre ¿lo entiendes?

Maeve asiente con la cabeza apoyada en mi hombro, le seco las mejillas y le beso la cabeza. Caminamos las tres juntas hacia el auto y manejo lo más rápido que puedo. Al bajarnos, tomo la mano de mi hermanita y nos dirigimos hacia el cuarto de papá. El doctor que siempre lo atendió, Jefferson, me frena antes de entrar, así que me separo de mi familia para escuchar lo que tiene que decirme. Comienza con un montón de tecnicismos que no entiendo, solo asiento con la cabeza.

-Como sabes, en unas semanas más lo íbamos a desconectar y, aunque sé que es difícil, sus constantes vitales están muy bajas. Después de la baja de hoy, él prácticamente vive porque una maquina respira por él. Por eso necesitaba hablar contigo, deberíamos desconectarlo. Lo siento mucho, te conozco desde hace muchos años y me hubiera gustado que el final fuese diferente.

Asiento con la cabeza. El doctor Jefferson me da un apretón en el brazo, como si eso fuese a mejorar las cosas y luego me tiende una planilla que tengo que firmar para la desconexión. Firmo y se la devuelvo.

-Me gustaría despedirme – le digo al doctor.

-Claro tómate todo el tiempo que quieras. Hay una enfermera dentro de la habitación que no se podrá ir porque tiene que cuidar los signos vitales de tu padre, cuando termines ella me avisará y lo desconectaré.

-Gracias.

Entro a la habitación justo cuando mi mamá está dándole un pequeño beso a papá en la frente.

- ¿Quieres despedirte sola o prefieres que nos quedemos? – pregunta mi mamá, mientras se acerca a Maeve y la abraza.

-No, quédense. No me molesta.

Me siento al lado de la camilla y tomo la mano de papá con lágrimas en los ojos. Me doy cuenta que no tengo mucho que decirle, todos estos años le dije todo lo que quería. Le hago un gesto con la cabeza a la enfermera, para que llame al doctor Jefferson, quien entra a la habitación unos segundos después.

-Adiós papá, te quiero mucho y voy a extrañarte todos los días – digo antes de darle un beso en la frente y correrme a un costado.

Jefferson se acerca a la camilla, toca un par de botones en la máquina que mantiene a papá con vida y se apaga, emitiendo un largo y sonoro pi.

- Sé libre – son las últimas palabras que le digo a papá.

Saco a una Maeve completamente desolada de la habitación. Me siento en las sillas de la sala de espera, con ella sobre mis piernas y no la dejo de abrazar, hasta que mamá nos avisa que ya firmo todos los papeles que hacían falta y que ya podemos irnos. Caminamos en silencio por el pasillo, que nunca más voy a recorrer, hasta la salida del centro. Mamá maneja a casa y yo voy en el asiento trasero abrazando a mi hermana que no deja de llorar. Una vez en casa, vamos las tres directo al cuarto de mamá y nos metemos en su cama con Maeve en el medio, que solo deja de llorar cuando se queda dormida. Entonces me doy cuenta que mamá me está mirando fijamente.

- ¿Cómo estás cielo? – pregunta cuando nuestras miradas se encuentran.

-Mejor de lo que pensé que estaría – me recuesto y desvío la mirada hacia el techo – debería estar triste, y en parte lo estoy, pero por otro lado... me siento aliviada y feliz, como si por fin papá estuviera bien. Todos estos años en una camilla acostado, creo que yo también estaría bien si al fin me puedo dejar ir ¿Está mal? – pregunto con miedo – mamá ¿está mal que me sienta así?

-No... – dice en un susurro – yo también me siento así.

Vuelvo a ponerme de costado, para mirarla y así, las tres juntas y con los sentimientos a flor de piel nos quedamos dormidas.

Cuando me despierto mamá ya no está en la cama, miro la hora, son las diez de la mañana. Me levanto con cuidado de no despertar a Maeve y bajo a la cocina, donde me la encuentro tomando un café y haciendo una llamada. Me preparo un café para mí y me siento al lado de ella. Agradece a la persona con la que está hablando y corta.

- ¿Quién era?

-Llame a una funeraria – dice mamá – le haremos el funeral esta noche.

-Gracias por ocuparte.

Pasamos el resto del día entre llamadas para que el funeral de papá se lleve a cabo cerca de las siete de la tarde. En algún momento llegan Kaev con Kian, Jayden y Sofía, para ayudarnos y darnos su apoyo.

El funeral es un acto pequeño, con nosotros siete, el doctor Jefferson, unas enfermeras y dos familias que eran amigas de papá, antes de que haya sido internado. Abrazo a mi hermana en todo momento, incluso cuando llegamos de vuelta a casa y se queda dormida en su cama.


Una pizca de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora