VI: Noches de intriga

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El atardecer llegaba en la ciudad de Londres. Tornando de una iluminación de día a un torno anaranjado en los edificios y calles de Camden Town. Era señal de un anochecer; los locales de la ciudad dejarían de dar servicio, el transporte público seguiría dando servicio a los humanos, el tráfico disminuía hasta dejarse desierto mayormente.

Dolly caminaba a su hogar junto con el resto de todos sus hermanos que pasaron la tarde jugando en el parque. Nadie inquiría de su comportamiento; lo hacía de una forma sería, floja, intrigante y titubeante. Ella pensaba en lo que su amiga Roxy le aconsejó para confirmar su enamoramiento hacia Dylan, su hermanastro.

Durante el camino siguió pensando en un plan para llamar su atención sin que sospechara de su objetivo principal. Cogiendo hacia el hogar por la pata lesionada; apenas se apoyaba con su skateboard andando a paso normal. Por fuera se veía la seriedad, por dentro algo la atormentaba entre los sentimientos y las dudas. La indagaba cada momento que lo recordaba con certeza, intentando buscar una alternativa que la liberada de las dudas por completo.

Llegaron al hogar y decidieron cenar de una buena vez antes de que el tiempo venciera su tiempo libre. Ocho en punto, daba el Big Ben al son de campanadas repetitivas. Los padres dálmatas cenaron juntos con sus cachorros después de una forzada jornada de trabajo. Preguntaron por la pata de Dolly que vendada estaba. A la madre le estaba por dar un desmayo de ver la sangre en el vendaje turquesa en la lesión de su hija. Ella solo pudo responder: tuve un accidente, y agradezco a Dylan que me ha atendido al ciento un por ciento.

Los cachorros se acomodaron en sus respectivas camas en cada habitación que les otorgaba. Otros decidían en la cocina y en la sala del hogar. Para Dylan, decidió descansar esa noche en su casa del árbol que se encuentra al patio trasero de su residencia. Lo decidió por cuestión de privacidad y tranquilidad auditiva por desear un descanso perfecto sin las molestias de sus hermanos con los ronquidos y ruidos que suelen salir de noche como el sonido hueco en las tuberías del fregadero y las de toma de agua purificada detrás de las losas del piso.

Dolly se enteró de aquella decisión de su hermanastro sobreprotector. Suspiró un poco y tomó la idea de hacerle compañía en esta noche de Luna menguante. A disparidad de sus enamoramientos pasados en su plena juventud, ella no sentía nerviosismo y farfullo en su habla. ¿Se ha acostumbrado tanto a él o es que no ha tenido interés a su personalidad? ¡Qué cursilerías!, consideraba ella.

La cachorra dálmata subió por los escalones hechos de tablones de madera que rodeaba el tronco del árbol usándolo como eje, llamado en forma de caracol. Cogía cada paso, no se le complicaba al dar el impulso suficiente para subir a cada escalón ancho, estaban separados de uno a otro. Sin problemas y con demora de tiempo logró subir a la casa del árbol.

Al entrar le daba referencia a un museo de exhibición arqueológica y astronómica: maquetas de modelos de esqueletos de dinosaurios en la época prehistórica, colección de piedras lunares; modelos en planos de las constelaciones en un atlas estelar; exhibición de utensilios arqueológicos en el estudio de la arqueología; y una pequeña librería en un estante para libros, con temas de astronomía general, arqueología, biología y otros cuantos de ciencias químicas y físicas.

Subió por el segundo nivel de la casa del árbol por unos escalones angostos de madera, también llamado como cuarto de observación. Donde en un hueco de la pared de los tablones de madera que es construido, colocaba su telescopio donde visualiza el cielo nocturno. Más cojines en las orillas de la habitación y en la pared un póster de la constelación de la Osa Mayor. Y sobre los cojines, encontró a Dylan leyendo un libro de la historia del planeta Marte. Se acercó a él para saludarlo y comenzar con una nueva conversación.

—Dolly, deberías descansar. De esa manera no curarás tu lesión lo antes posible. Y sabes que toma tiempo —dijo el can con tono maduro.

—Ya lo sé. Pero quería venir aquí a que me dieras un consejo.

La constelación perfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora