XVIII: Hacia el éxito

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La música de ambiente seguía suave, relajante. Las parejas solo podían moverse levemente con el ritmo de la balada. Muchos eran partícipes en el centro de la pista.

El cachorro científico, Dawkins, quería invitar a Da Vinci a bailar esa pieza musical. El nudo en su garganta impedía hablarle de frente. Cada vez que se acercaba a ella, tartamudeaba al hablar o hasta sudaba dentro de su pelaje. Había algo de la cachorra que paralizaba a Dawkins. ¿Eran sus ojos? ¿Su belleza? ¿Qué era que lo dejaba petrificado?

Cada vez que quería hablarle, lo impedía su temor. Estaba harto de vivir con ese miedo. Pero nada resultaba efectivo para alivianarse del problema. Tenía ganas de mirarla a sus primorosos ojos, acercarse más a su nariz, ver esa hermosa sonrisa que resplandecía en su rostro y decirle lo tanto que siente por ella. Dejando que su corazón hable y su mente se pierda en los ojos de la pintora.

Le era imposible. Tanto lo deseaba.

La noche cayó en la ciudad de Londres. Era momento de regresar a casa después de un momento divertido entre amigos. Para festejar la entrada de Dolly al concurso de patinaje en Camden Town. Se organizaron en filas para no caminar en desorden. En casa, ya los esperaban sus padres.

En la cena, Dylan abrió su hocico para exhibir el logro que tuvo su amada dálmata. Estaba emocionado de que le dieran una oportunidad por la pasión al patinaje que tiene ella. Además, de agregar que le dieron una oportunidad en la corporación astronómica NASA. Sorprendió a bastantes. Hasta incluso a Dawkins; que también tiene un interés en la astronomía.

Por disposición de los padres, también le otorgaron la autorización de realizar ese proyecto de viaje a Marte. Emocionó bastante al cachorro astrónomo. Hasta besó a su amada por la alegría que tenía. Dolly no tuvo la duda de poder corresponderlo enfrente de toda la familia. Los cachorros lo tomaron tierno, aunque los amargados se asquearon de ese momento tan incómodo —según al criterio que tenían plasmado. El amor es para todos—.

Antes de dormir, después de que todos se han cepillado los dientes, Dolly y Da Vinci hablaron en el patio trasero. Que, además de ser frío y refrescante, era un espacio ideal para platicar en privado; más a esas horas.

—¿Lo ves, Dolly? Con el seguimiento que le diste a tu corazón, pudiste tener a tus brazos al macho que tanto has amado.

—No fue fácil, Da Vinci —agregó ella—. Pero agradezco que me hayas ayudado mucho en esta situación que me atormentaba. ¿Por qué será que no tienes a tu media naranja?

—Nunca tuve la oportunidad de ver quién podría serlo. Aunque no pierdo esa esperanza de poder encontrar al macho perfecto.

—Pues con ese detalle de que sabes mucho en el amor, has de ser algo exigente. Por así decirlo.

—Lo primordial es que tenga a un perro que me cuide, que me ame cada día que esté con él. No para tener libidos o para presumir que tengo novio. Presumiría al macho que me haga feliz cada día de mi vida. Y eso dalo por seguro.

—Lo tomaré en cuenta, hermana.

Dolly regresó con el cachorro de su vida. Se acomodó con él en la cama donde dormían juntos. Abrazados, arropados con una manta, acurrucados y sonrientes. Estaban contentos de saber que su relación funcionaba más que de lo esperado. Se sentían mejor a su lado del otro.

Dylan estaba completamente emocionado. Su sueño de viajar a Marte se haría realidad. Ser el primer perro que pisa el planeta rojo del Sistema Solar. La alegría corría en sus venas y la emoción en sus patas de abrazar a alguien con demasiada fuerza. Su sistema nervioso no dejaba de producir esa felicidad que provocaba por leer la carta que recibió. Y lo más sorprendente, es que Dolly se lo tomara de buena manera. Además de ser una traviesa, comprensiva.

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