X: Dos en juego

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A la mañana siguiente, Dolly decidió consultar con su hermana Da Vinci acerca del argumento de su amiga Roxy. Consideraba que sabía más cosas sobre el amor a pesar de su edad. A lo que ella afirmó su opinión de la rottweiler:

—Ella tiene toda la razón. Dylan te conoce como eres desde que son cachorros. No es necesario cambiar para que él caiga en tus redes.

—Lo sé —aseguró ella—. Solo es que esto me pone confuso, incómodo, hasta con una intriga de qué poder hacer. No sé si sienta lo mismo que yo. Es lo que más me duele.

—Por eso debes averiguarlo tú misma. Debes identificar si es el indicado para ti y si merece estar a tu lado.

—Es que él es un can perfecto. Y yo solo soy… una desastrosa.

—Tal vez él piense diferente. Porque cada mal acto que haga, siempre hay una bondad en su corazón que se oculta, y no por miedo, por inseguridad.

Las palabras de Da Vinci conmovieron a la dálmata. Agradeciendo al final con un abrazo y un «gracias» a voz ahogada.

En el resto del día, Dylan estaba realizando las tareas domésticas: barrer los suelos, aspirar los muebles y alfombras, lavar los tazones de comida, limpiar las ventanas y regar el jardín del patio trasero. También Dolly quiso apoyar a su hermano a realizar las actividades. Ambos comenzaban una conversación para que las cosas no fueran tan aburridas. Risas y carcajadas soltaban a cada chiste que platicaban.

Dylan ya no desconfiaba de Dolly. Su anormalidad lo había convencido a que fuera una cachorra más responsable y menos egocéntrica. Hasta inquirió de su «nueva normalidad» que lo ponía en intriga. Ella solo respondió que todo sea por ayudar a su hermano consentido.

En medio día, todos salieron al parque para desahogarse un rato. Estaban muy emocionados de poder salir a divertirse el resto de la tarde. Entre hermanos o hasta solos con sus asuntos personales.

Dolly practicaba con su patineta, Dylan leía un libro en la banca cerca de la fuente, Da Vinci pintaba en un nuevo lienzo a centímetros de la fuente central del parque, y Dawkins… escondido estaba en uno de los arbustos cerca de la verja.

Contemplaba una fotografía en sus patas delanteras. Miraba con una sonrisa en su rostro y sus ojos brillando por el Sol. Hasta acariciaba esa fotografía delicadamente. «Ojalá supieras lo que siento por ti», murmuró aún escondido sin que nadie escuchara en su entorno.

Dylan veía a cada uno de sus hermanos entretenerse. Tenía que mantener el orden a toda la familia. Cada cinco minutos, o hasta que terminaba cada párrafo de la lectura que parecían ser una eternidad, vigilaba su entorno en caso de atender alguna emergencia que sus hermanos menores necesiten.

El libro que leía era una novela de romance: la trama de dos humanos que ambos estaban enamorados, pero la situación era que temían de contar lo que sentía cada uno. Para ser exactos era la obra Romeo y Julieta. El autor de la obra quedaba en enigma.

Le parecía algo conmovedor. Demasiado poético (lo que a él le encanta), había demasiadas escenas de romance, momentos deprimentes y hasta escenas que provocaban lágrimas en los ojos.

—¿Cómo es que la gente suele escribir estás maravillas? Son como sueños escrito en miles de hojas de papel. Dejándose llevar en la escritura como si todo fuera real. Haciendo lo imposible para que todo ese sueño se haga realidad. ¿Cómo lo hacen? —pensó indagando acerca de las obras literarias que ha leído. En especial los de romance y ficción.

La obra literaria le recordó los momentos que ha pasado en el verano. Cuando conoció a una can Border Collie llamada Summer. Para él le parecía una hembra primorosa, carismática y única. Al verla, se comportaba de una forma involuntaria (como si su cuerpo dejara hacer todo el trabajo sin la necesidad de la mente). Disparates decía sin sentido, se comportaba de forma extraña, tartamudeaba al hablar, sudaba fríamente, sus ojos solo se enfocaban en ella por su belleza y su hocico hablaba sin controlarlo.

La constelación perfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora