XXI: Un hasta pronto

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Los últimos días se fueron como las hojas ondeando en las ramas del árbol en inicios de otoño. Que en un día de esos se desprenderá y se alejará para marchitarse en el suelo. Dolly pasaba con su amado dálmata y disfrutaba cada segundo que pasaba con él. Adueñándose de su pelaje con sus suaves y cariñosas caricias en el torso y cabeza del macho. Sentía un caluroso vigor por estar a su lado; de día a noche, desde que despiertan hasta que se duermen.

—Te amo, mi bella estrella —decía Dylan cada vez que la miraba a los ojos. Con esa sonrisa que esbozaba cariñosamente y acariciaba su rostro.

—Yo te amo más, mi hermoso astrónomo —correspondía Dolly con caricias en la cabeza del macho. Y entregándole un amoroso beso en sus labios.

Pasó el trio de días restantes, ya era momento de que Dylan tomara la maleta y se vaya a América. Con solo despertar, a lado de su amada, se veía completamente nervioso, emocionado y algo triste. Por fin comenzaría a cumplir ese sueño que tanto ha anhelado, pero despedirse de su familia, además de la lejanía de ella, era lo que le entristecía. Con ver a la hembra dormir a su lado, le dolía ver cómo reaccionaría en la despedida antes de tomar el autobús y dirigirse a la terminal aérea de la ciudad capital.

Se zafó de ella sin dificultad, pero se veía que ella se movió para acomodarse. Eso alteró el nivel cardíaco de su corazón. No quería despertarla ahora, y más con la hora temprana que era. Las seis de la mañana, a zona horaria de Londres. Soltó un largo bostezo silencioso y se estiró para recuperar esa energía en todo su cuerpo.

Bajó a pesar de la helada mañana que había en el ambiente exterior. El patio trasero estaba completamente solitario. Solamente había objetos y juguetes en el césped. Hasta pensaba que un estepicursor pasaría rodando por el lugar, por lo solitario que se encontraba. En las mañanas y tardes nunca se encontraba así. Estaba repleto de sus hermanos manchados jugando en el patio. Todos contentos y sin preocupación alguna. El desahogo del día pesado.

El cachorro dálmata se acercó a la cocina, a pesar de lo exhausto que se encontraba. No quería dar un paso más. La noche fue una enorme velada entre Dylan y Dolly. Salieron de noche para dar un paseo por la ciudad bajo el cielo nocturno y el resplandor de las estrellas que las acompañaba. A mitad del recorrido, terminaron entrando un callejón oscuro. Ese callejón estaba un pequeño restaurante para canes, con el servicio del pastor alemán Pedro Leroy. Seis mesas para cuatro personas estaban al servicio de toda la noche, dos estaban ocupadas por canes pequeños. Una pareja estaba teniendo su primera cita y en la otra mesa, una pareja celebraba su segundo aniversario. En esa mesa, había un servicio especial. El sonido del violín que tocaba un catrín chihuahua, el platillo Cassoulet como el plato fuerte, un candelabro de tres velas como centro de mesa, una canasta de pequeños baguettes y un florero con una rosa roja. Ambos estaban contemplando sus miradas que los conectaban. Dejándose llevar como la primera vez que se conocieron, recordando ese amor a primera vista.

Un mesero del pequeño restaurante canino atendió a los dos dálmata jóvenes. Dylan pidió la especialidad de la casa: spaghetti con albóndigas en salsa de tomate. Mientras en la cocina se preparaba el platillo ordenado, Dylan tomaba la pata de la hembra con enorme cariño. Acariciándola con suavidad y mirándola con esa sonrisa tierna esbozada en su rostro.

—Nunca me cansaré de ver esos hermosos ojos que tienes, mi vida. Son como preciosos zafiros que sirven para ver esta bella noche que estamos aquí presente —deleitó a su hembra mientras acariciaba su rostro con delicadeza.

—Dylan... —se enamoró por las palabras que salieron del hocico del cachorro dálmata—, qué romántico eres...

—Su cena está servida —interrumpió el mesero llevando el platillo a su mesa.

La constelación perfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora