XII: Sueños quebrados

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En la mañana siguiente, cuando el hogar fue iluminado por el fulgor de los rayos del Sol, Dolly caminaba pacíficamente por el pasillo de las habitaciones. Estaba en vigilancia y sigilosa, por ser la primera en despertar. Pero el silencio se quebró al escuchar su nombre cerca de ella. Se oía a un todo amable y sosegado. Volteó y vio a su madre, Delilah, parada con un rostro serio.

La dálmata mayor citó a su hija a la cocina. Conversarían de su intrigante comportamiento que actuaba durante días. Ella aceptó, pero estaba inquieta. «Titubeo que quiere la verdad —divagó—. No quiero imaginar su cara cuando lo sepa».

Con las patas sudorosas de los escalofríos que provocaba el nerviosismo, caminaron hasta la cocina del hogar. El entorno estaba solitario. «Es un lugar perfecto para hablar», argumentó en su mente.

—Bien, Dolly, te cité aquí porque me preocupas. Algo te sucede y quiero saberlo.

—En serio, mamá —refutó—, no me pasa nada. Solo que he estado un poco estresada estos días por poder realizar una pequeña acrobacia de Parkour. Es todo —mintió, intentando dar un tono sincero.

—Hija, me indagas. ¿Qué es lo que te preocupa? —reiteró tomando las patas delanteras de su pequeña dálmata—. Puedes confiar conmigo.

—Es que si lo confieso, no sé cómo te lo tomarías —se notaba el sonrojo en sus mejillas.

—Adelante. No titubees más, sácalo.

—Es que... —tomó un largo suspiro— me enamoré de Dylan. Dylan Dálmata.

«¿Era cierto lo que dijo? Debe ser una grandísima broma —pensó Delilah atónita—. Conozco ese comportamiento. ¡No está mintiendo! ¡Dios mío! ¿Cómo fue posible que se enamorase de él?»

Dolly solo tenía la mirada baja, no tenía ganas de verla por la vergüenza. Aún sus mejillas tenían ese peculiar todo rojo. Hasta una pequeña lágrima derramaba de su ojo izquierdo. Deslizándose en la mejilla hasta caer en el suelo.

Dolly bajó sus patas hasta caer en el suelo. Y sin alzar la mirada, dijo:

—Lo siento, mamá —lamentó en sollozos—. Yo no debí... pero mi corazón siente algo por Dylan. Entiendo que es mi hermano y todo eso, pero...

—Hija, escucha —dijo la madre subiendo la mirada de la cachorra. Mirando sus ojos quebradizos de la tristeza—. Entiendo que te hayas enamorado de él, y pienso que es algo extraño por sentir algo por su hermanastro, supuestamente tu hermano. Y no sé qué decir al respecto.

—Es que lo amo... lo amo bastante. Con todo mi corazón. Pero nunca les he dicho a ustedes porque me alejarían de él. Y no sabes el dolor que tendría si me separan de lo que tanto he sentido. Pero creo que solo será pasajero.

—Dolly, un amor no es pasajero si es verdadero lo que sientes.

—¿Y eso a qué quieres llegar —indagó sorprendida.

—Que cuentas con mi apoyo.

—¿En serio? —de forma inesperada, abraza a su madre con sus lágrimas en sus carismáticos ojos—. Muchas gracias, mamá. ¡Muchas gracias! —reiteró con su voz ahogada.

—No hay de qué, tesoro. Solo haz feliz a ese can que tanto amas.

¿Era un sueño lo que estaba visualizando? ¿Es la realidad? Las preguntas circulaban en su cabeza, pero todas las respuestas conducían que estaba despierta. Hasta quiso verificar con un pequeño pellizco en una de sus patas delanteras. Pero no, ¡realmente desvaneció esa pesadilla!

Hasta se lo contó a Da Vinci, y ella, con una sonrisa en su rostro, la felicitó con un abrazo. Pensaba en lo de Dawkins, pero no desperdiciaría ese sueño que tiene el cachorro. «Ojalá supieras —dijo mentalmente— que alguien quiere hacerte feliz, Da Vinci».

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