Capítulo 2

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Cuando llegué a la piscina, tuve que tomar una ducha. Esa era una de las reglas. Odiaba tener que tomar una ducha con un montón de chicas más. No sé, simplemente no me gustaba.

A algunas chicas les gusta hablar mucho, como si fuera algo normal estar en las regaderas con un montón de chicas y hablar sobre el profesor que odiabas o la última película que viste o el chico con el que querías hacer algo.

No yo, no tenía nada que decir. Chicas en las regaderas. No era lo mío.

Caminé hacia la piscina y me senté en la parte más baja y puse mis pies en el agua.

¿Qué haces en una alberca cuando no sabes nadar? Aprender.

Supongo que esa es la respuesta. Había aprendido a manejar mi cuerpo para que flotara. De alguna manera, tropecé con algún principio de la física. Y la mejor parte de todo era que el descubrimiento lo hice por mi
cuenta.

Todo por mi cuenta.

Estaba enamorada de esa frase. No era muy buena en pedir ayuda, un mal hábito que heredé de mi padre. Y como sea, los instructores de nado quienes se hacían llamar salvavidas apestaban. Ellos no estaban interesados en enseñar a una chica mocosa de quince años a nadar. Estaban más interesados en las otras chicas a las que ya les crecían los pechos. Estaban obsesionados con los pechos. Esa era la verdad. Escuché a uno de los salvavidas hablando con otro que se suponía estaba cuidando a un grupo de pequeños niños:

—Una chica es como un árbol cubierto de hojas. Solo quieres trepar y tirar de todas ellas.

El otro guardia se carcajeó.

—Eres un idiota —le dijo.

—Nah, soy un poeta —le contestó—. Un poeta del cuerpo.

Y entonces ambos rompieron en carcajadas.

Sí, seguro, ambos estaban en ciernes de Walt Whitman. Verás, el caso es que no me importaba tampoco andar alrededor de los chicos. Digo, los chicos me hacen sentir incómoda. No sé por qué. Creo que me inquietaba hasta el infierno escuchar a un chico hablar de mujeres.

¿Una chica es como un árbol? Sí, y un chico es tan inteligente como un pedazo de leña infestado con termitas.

Mi madre solo hubiera dicho que era porque estaban pasando por una fase. Y pronto tendrían sus cerebros en su lugar. Seguro que lo tendrían.

Tal vez la vida solo era una serie de fases... una fase después de otra después de otra. Tal vez, dentro de unos años, estaría pasando por la  misma fase que esas chicas de las duchas que sólo hablan de sus novios.

No es que yo creyera en la teoría de mi mamá sobre las fases. No me sonaba como una explicación, sonaba como una excusa.

Creo que mamá no entendía por completo esto de los chicos. Yo tampoco entendía las cosas de chicos.

Tenía la sensación de que algo estaba mal en mí. Supongo que yo era un misterio hasta para mí misma.

Eso apestaba.

Una cosa era cierta: no había posibilidad de que le pidiera a uno de esos idiotas que me ayudara a nadar. Era mejor estar sola.

Era mejor ahogarme.

Así que me quedé conmigo misma y más o menos floté. No es que me estuviera divirtiendo.

Ahí es cuando escuché esa voz, algo aguda.

—Puedo enseñarte cómo nadar.

Me moví hacia la orilla de la alberca y me paré dentro del agua, entrecerrando los ojos por la luz del sol. Ella se sentaba en el borde de la alberca. La miré con recelo.

Val, Juls Y los Secretos del Universo | Juliantina |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora