Capítulo 3

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Después de mi cuarta lección de nado, Valentina me invitó a su  casa. Ella vivía a menos de una cuadra de la piscina en una vieja casa grande frente al parque. Me presentó a su padre, el profesor de español, me enteré de que también daba clases de inglés, nunca había conocido a un hombre mexicano-estadounidense que fuera un profesor de inglés.  No sabía que ellos existían. Y en serio, él tenía todo el porte de un profesor.

Era elegante, agradable y parecía que una parte de él seguía siendo un joven.

Parecía un hombre que estaba enamorado de estar vivo. Tan diferente de mi padre, quien siempre había mantenido su  distancia del mundo. Había una oscuridad en mi padre que no entendía.

El padre de Valentina no tenía nada de oscuridad en él. Incluso sus ojos parecían llenos de luz. Esa tarde, él estaba usando unos jeans y una camiseta y estaba sentado en una silla de cuero en su oficina, leyendo un libro. Nunca había conocido a nadie que realmente tuviera una oficina en su propia casa.

Valentina caminó hacia su padre y lo besó en la mejilla. Yo nunca hubiese hecho eso. Nunca.

—No te afeitaste esta mañana, papá.

—Es verano —dijo su papá.

—Eso significa que no tienes que trabajar.

—Eso significa que tengo que terminar de escribir mi libro.

—Escribir un libro no es trabajo.

El padre de Valentina rió con fuerza cuando ella dijo eso.

—Tienes mucho que aprender sobre el trabajo.

—Es verano, papá. No tengo que escuchar sobre el trabajo.

—Nunca quieres escuchar sobre el trabajo.

A Valentina no le gustaba a dónde estaba yendo la conversación por lo que intentó cambiar el tema.

—¿Te vas a dejar crecer una barba?

—No. —Él rió—. Está haciendo demasiado calor. Y además, tu madre no me besaría si pasó más de un día sin afeitarme.

—Vaya, es estricta.

—Sí.

—¿Y qué harías sin sus besos?

Él sonrió, luego me volvió a ver.

—¿Cómo toleras a mi hija? Tú debes ser Juliana.

—Sí, señor. —Estaba nerviosa.

No estaba acostumbrada a conocer los padres de nadie. La mayoría de los padres que había conocido en mi vida no estaban interesados en hablar conmigo.

Él se levantó de su silla y dejó el libro. Caminó hacia mí y sacudió mi mano.

—Soy León —dijo—. León Carvajal.

—Encantada de conocerlo, señor Carvajal.

Había escuchado esa frase, encantada de conocerlo, mil veces.

Cuando Valentina me la había dicho había sonado real. Pero cuando yo lo dije se había sentido estúpido y poco original, quise esconderme en algún lugar.

—Puedes llamarme León —dijo.

—No puedo —dije. Dios, quería esconderme.

Él asintió.

—Eso es dulce. Y respetuoso.

La palabra "dulce" nunca había pasado los labios de mi padre.

Val, Juls Y los Secretos del Universo | Juliantina |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora