Capítulo 14

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No sé cuánto tiempo estuve en el hospital. Unos días. Cuatro días. Tal vez cinco. Seis. Diablos, no lo sé. Se sentía como si fuera una eternidad.

Ellos hicieron pruebas. Es lo que hacen en los hospitales. Hacían pruebas para asegurarse de que no hubiese algún otro daño interno. Especialmente daño cerebral. Un neurocirujano fue a verme. No me agradó. Tenía cabello oscuro y ojos verde oscuro muy profundos a los que no les gustaba ver a la gente. No parecía importarle. Era eso o se preocupaba demasiado. Pero la cosa era que no era muy bueno con la
gente. No hablaba mucho conmigo. Tomaba un montón de notas.

Aprendí que a las enfermeras les gusta hacer pequeñas pláticas y aman tomar los signos vitales. Eso era lo que hacían. Te daban una pastilla para dormir, entonces te despertaban durante la noche. Mierda.

Quería dormir. Quería dormir y despertar para ver que mis yesos ya no estaban. Eso fue lo que le dije a una de las enfermeras.

—¿Puedes ponerme a dormir y luego despertarme cuando ya me hayan quitado los yesos?

—Chica tonta —contestó la enfermera.

Sí. Chica tonta.

Recuerdo esto: mi cuarto estaba repleto de flores. Flores de todas las amigas de mi madre de su iglesia. Flores de los padres de Valentina. Flores de mis hermanas. Flores de los vecinos. Flores del jardín de mi mamá. Flores.

Nunca tuve una opinión respecto a las flores hasta
entonces. Y decidí que no me gustaban.

En cierto modo me agradó mi cirujano. Él era todo acerca de lesiones deportivas. Era más o menos joven y podía decir que era un atleta, conoces a este gran gringo con manos grandes de dedos largos y me preguntaba sobre eso. Él tenía las manos de un pianista. Recuerdo haberlo pensado. Pero no sabía ni mierda acerca de las manos de un pianista o de un cirujano y recuerdo estar soñando sobre ello. Sus manos. En mi sueño él sanaba al pájaro de Valentina y lo liberaba hacía el cielo veraniego. Fue un buen sueño. No tenía muchos de ellos.

Dr. Charles. Ese era su nombre. Él sabía lo que estaba haciendo. Un buen hombre. Sí, eso es lo que pensaba. Respondía a todas mis preguntas. Y tenía muchas.

—¿Tengo tornillos en mis piernas?

—Sí.

—¿Permanentemente?

—Sí.

—¿Y no tendrá que volver a entrar?

—Espero que no.

—Gran hablador, ¿eh, doc?

Se río.

—Eres una chica dura, ¿eh?

—No creo que sea dura.

—Bueno, pienso que lo eres. Pienso que eres dura como el infierno.

—¿Si?

—He estado a alrededor.

—¿En serio?

—Sí. En verdad, Juliana ¿Puedo decirte algo?

—Llámeme Juli.

—Juli. —Sonrió—. Estoy sorprendido de cómo te comportaste durante la operación. Y estoy sorprendido de cuán bien estás en este momento. Es increíble realmente.

—Es suerte y genes —le dije—. Genes por parte de mi papá y mamá. Y mi suerte, bueno, no sé de donde viene esa. Tal vez de Dios.

—¿Eres una jovencita religiosa?

—No realmente. Esa sería mi mamá.

—Sí, bueno, Dios y las mamás generalmente se llevan bastante bien.

Val, Juls Y los Secretos del Universo | Juliantina |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora