Capítulo 8

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A la mañana siguiente cuando me desperté, pensé que me había  muerto. Sabía que no era verdad, pero la idea estaba allí.

Tal vez una parte de mí murió cuando estaba enferma.

No lo sé.

La solución de mamá para mi situación era hacerme beber litros de agua: un doloroso vaso a la vez.

Finalmente me declaré en huelga y me negué a beber más.

—Mi vejiga se volvió un globo lleno de agua que está a punto de explotar.

—Eso es bueno —dijo—. Estás dejándolo correr fuera de tu sistema.

—Ya he terminado el lavado —dije.

El agua no era a lo único que tenía que hacer frente. Tuve que lidiar con su sopa de pollo. Su sopa de pollo se convirtió en mi enemigo.

El primer tazón fue increíble. Nunca había estado tan hambrienta.

Nunca.

Más que nada ella me dio caldo. La sopa regresó al día siguiente para el almuerzo. Eso también estaba bien, porque tuve todo el pollo y las verduras en la sopa con tortillas de maíz calientes y sopa de arroz de mi mamá.

Pero la sopa regresó en  forma de merienda. Y para la cena.

Estaba harta de agua y sopa de pollo.

Estaba harta de estar enferma.

Después de cuatro días en la cama, finalmente decidí que era hora de seguir adelante.

Hice un anuncio a mi madre.

—Estoy bien.

—No lo estás —dijo mi madre.

—Estoy siendo una rehén. —Fue lo primero que le dije a mi padre cuando llegó a casa del trabajo.

Él me sonrió.

—Estoy bien, papá. Lo estoy.

—Todavía luces un poco pálida.

—Necesito un poco de sol.

—Dale un día más —dijo—. Entonces puedes ir por el mundo y causar todos los problemas que quieras.

—Está bien —dije—. Pero no más sopa de pollo. 

—Eso es entre tu madre y tú.

Empezó a salir de mi habitación. Vaciló por un momento. Estaba de espaldas a mí.

—¿Has tenido más pesadillas?

—Siempre tengo pesadillas —dije.

—¿Incluso cuando no estás enferma?

—Sí.

Se paró en mi puerta. Dio la vuelta y me miró.

—¿Siempre estás perdida?

—En la mayoría de ellas, sí.

—¿Y siempre estás tratando de encontrarme?

—Más que nada creo que estoy tratando de encontrarme, papá. —Fue extraño hablar con él acerca de algo real. Pero me asustó demasiado.

Quería seguir hablando, pero no sabía exactamente cómo decir lo que estaba sosteniendo en mi interior.

Miré hacia abajo al piso. Luego miré hacia él y se encogió de hombros como si no fuera gran cosa.

—Lo siento —dijo—. Siento estar tan lejos.

—Está bien —dije.

—No —dijo él—. No, no lo está. —Creo que iba a decir algo más, pero cambió de opinión. Se dio la vuelta y salió de la habitación.

Val, Juls Y los Secretos del Universo | Juliantina |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora