Una potente explosión recorrió las calles de la ciudad, como una declaración de muerte.
Un gélido viento recorrió las paredes del callejón como un manto de hielo. El chico, que se encontraba en lo alto del tejado del edificio, se estremeció de forma involuntaria. La sombra de un par de lágrimas brotó de sus ojos, pero el joven las dejó salir. Él sabía que aquel basurero no era el lugar más bonito de Terra, ni el más cálido, ni el más acogedor. Pero era un hogar. Al menos, era un hogar para los habitantes de los clanes. Un hogar para los guerreros.
A sus pies, la ciudad de Alen estaba ya muerta. La luna se encontraba en lo más alto esa noche, una esfera fría y brillante que iluminaba todo el distrito, de norte a sur. Parecía que esa noche no habría gran cosa que hacer. Mala suerte, porque aquélla era la noche que le tocaba a él vigilar el callejón para comprobar que no hubiera ningún imprevisto.
Un poco más allá, las sombras de la ciudad se hacían más alargadas y, si agudizaba aún más la vista, podía entrever entre la niebla los muros de la Prisión Alya, estructura que se alzaba imponente en medio de la ciudad. Inconscientemente, el guerrero se estremeció. No le hacía falta recordar los horrores que allí se vivían. No ahora. No aquí...
---¿Zack?---susurró una voz femenina a sus espaldas.
El chico, Zack, no se molestó en girarse. Sus ojos seguían clavados en las paredes del callejón, mirando sin ver, como un espectro silencioso. Las lágrimas se intensificaban a cada segundo que pasaba, así que Zack trató de apartarlas disimuladamente con la manga de su chaqueta.
---¿Qué quieres, Kayla?---respondió el chico sin girar la cabeza.
La recién llegada se acercó a su compañero, a pesar de que era obvio que el chico quería estar solo. Antes de sentarse a su lado, a medio metro de distancia por si las moscas, Kayla se agachó a pocos centímetros de él e hizo que alzara la barbilla.
Los ojos oscuros de Zack brillaban de odio y rencor, sentimientos que Kayla notó enseguida.
---No es culpa tuya---dijo la chica con suavidad. Sus ojos negros se conectaron con los castaños del guerrero---. No pienses en ningún momento que lo que pasó fue culpa tuya, ¿está bien?
---¡Yo no pienso que fuera culpa mía!---explotó Zack, poniéndose en pie de un salto---. ¡Pícaro se puso delante mía, todo esto es culpa suya!
Kayla se levantó también, alarmada ante la actitud de su amigo. El tono que ambos habían utilizado era peligroso, no tardaría en desatarse una explosión de energía. Los ojos de Kayla brillaron por primera vez en varios días. Brillaban ante la presencia de la tensión de la batalla, de la impotencia. Pero pasaron dos segundos. Cinco. Diez.
De golpe y sin previo aviso, una llamarada de fuego se materializó en su mano, que no dudó en lanzar en su dirección. Zack se apartó por los pelos, pero la furia y el descontrol todavía estaban grabados en sus ojos.
---Pícaro aún tiene mucho que aprender, al igual que tú---bufó la chica, conteniendo su rabia---. Es un aprendiz, al igual que tú. ¡No controla sus poderes, al igual que tú!
---¡No me digas lo que debo hacer!---gritó Zack, al borde del colapso---. Yo sí que puedo controlarlos, y, al contrario que él, yo no hago daño a nadie.
Kayla le miró como si le hubieran dado una bofetada. Los ojos del chico se empeñaron con rapidez, por lo que, con la velocidad de una centella, apartó la vista de los ojos negros de la joven. Por unos segundos, ninguno abrió la boca. Tampoco se miraron.
La noche volvió a reinar sobre el silencio. Zack se quedó callado, nervioso, cuando una explosión resonó por todo el callejón, rasgando el silencio como un cuchillo afilado. El aire se volvió gélido de pronto, pero en unos segundos se volvió más caliente que las brasas encendidas. El oxígeno, ahora tóxico y casi imposible de respirar, llenaba el ambiente seguido por volutas de ceniza y polvo oscuro. El aroma olía a... Muerte.
Había sido en la base, y ambos sabían lo que había allí dentro.
---Zoe---murmuró el chico, poniéndose en pie. La boca se le secó ante aquella posibilidad.
---¿Ves algo?---susurró Kayla en el mismo tono. Zack asintió, temblando. Sus ojos brillaban de miedo, pero también de... Determinación---. ¿De verdad crees que es ella?
---Claro... Claro que es... ella---tartamudeó una voz aguda a sus espaldas.
El chico se volvió. Al borde del callejón, apoyado en una de las paredes en una incómoda postura, había un chico de baja estatura y pelirrojo. Sus ojos se movían de un lado a otro, demostrando lo nervioso que estaba, pero su brazo, en el que reposaba una impotente lechuza del color de la noche, estaba tranquilo y firme.
---Ah, eres tú---suspiró Kayla, relajando los hombros.
---¿Quién creías que era, el Clan de las Almas?---se burló Zack---. ¿Qué haces aquí, Nio?
-----Crystal... te... te busca---murmuró el chico jugando con sus dedos y sin mirar a nadie a los ojos. Al hablar, era como si las palabras no quisieran salir, como si se quedaran atascadas en su garganta---. C-creo que... que ha di... cho al... algo de... de m-matar a al-alguien...
Zack se puso pálido y abrió mucho los ojos, sorprendido. Ante su exagerada reacción, Kayla soltó una risita.
---¿Ha encontrado las bombas de humo?---gruñó Zack con una mueca de desagrado---. Oh, mierda... Tardé tres meses en hacerlas...
Levantándose con cuidado y sin dejar de maldecir por lo bajo, el chico caminó hacia el centro del edificio y desapareció en la oscuridad. Sus compañeros le vieron irse, conteniendo la risa. El silencio volvió a resonar entre el vacío de la noche, como si nada hubiera ocurrido.
Nio, aún de pie con su lechuza en el brazo, se sentó en silencio al borde del edificio. Sus ojos brillaban. Kayla le miró, interrogante y algo curiosa. En voz baja, el niño le dijo algo a su amiga, a lo que ella respondió con un susurro.
Invocado por las palabras de su ama, un caballo de fuego se materializó delante de ellos. La chica le miró con sus ojos negros ardiendo y pronunció unas palabras:
---Caos, busca a Zoe---El caballo de fuego asintió, como si comprendiera. Antes de que ninguno de ellos pudiera decir nada, Caos se dió la vuelta y empezó a alejarse de ellos al galope, como un meteorito en llamas. Antes de que el corcel se perdiera para siempre en la oscuridad, Nio miró a su lechuza negra, que sacudió las alas con fuerza.
---V-ve con... con él, A-Ada---le ordenó el niño. No había cariño en sus palabras, como cada vez que se dirigía a su compañera, sino que sus palabras estaban pintadas con odio.
La lechuza abrió las alas y empezó a aletear con fuerza, cada vez más rápido. Arriba, abajo, arriba, abajo... Con un mínimo resoplido de esfuerzo, Ada sacudió aún más fuerte sus alas, hasta conseguir elevarse hacia las estrellas. Siguiendo una orden silenciosa, la lechuza avanzó hasta situarse a la par del caballo. Ambos, bestia y pájaro, se perdieron lentamente en la oscuridad.
---Y-ya es... está hech-cho---murmuró Nio con los ojos brillantes---. E-El des... dest-tino d-de los... los cla-clanes es... está en-n jue... juego...
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Juego de Héroes: Máscaras Negras [COMPLETA]
FantasyTras los muros de una oscura prisión, tres jóvenes tratan de luchar contra el destino para el que son entrenados: Destruir el mismo mundo que les entregó sus habilidades. Para ello, tendrán que forjar peligrosas alianzas, arriesgándose a sufrir trai...