X I.

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¿Por qué era que Ryoken había deseado tanto crecer?

Oh si, podía recordar.

Era un deseo que nunca iba a olvidar aún cuando era ya un adolescente.

Desde el momento que conoció a Yusaku, sintió su pequeño pecho ser una molestia que no podía saber que era lo que le pasaba al momento que aquellos bonitos esmeraldas se fijaron en él y como se escondía un poco tímida, en los brazos de sus padres. El pequeño Ryoken solo la miraba escondido del resguardo de las piernas de su padre, sin siquiera entender lo que esas personas hacían en su casa, sin siquiera saber quiénes eran ellos pero la curiosidad de todo infante de su edad, creció y no pudo evitar sentir curiosidad por aquellos nuevos sujetos. Sin embargo, en el momento que sus ojos se desviaron a los de esa pequeña niña, sintió como todo se iluminaba, como el mundo volvía a tener color después de que su madre murió. Sin darse cuenta que sus padres solo se quedaron mirando ambos niños y no pudieron evitar sonreír. El pequeño Ryoken había estado tan triste desde el momento que su madre murió, había estado tan solo desde ese momento que ni una vez había vuelto a sonreír, solo había llorado y por más que deseaba que ella regresara, eso nunca podría ser. Quería a su padre de igual manera pero no había nadie que comprara los brazos protectores de su padre, con los brazos tan cariñosos de su madre. No eran parecidos.

Solo abrazaba ese pequeño peluche que su madre le había regalado en su cumpleaños. Meses después, fue que ella murió. Y nunca volvió a ser el mismo hasta que conoció a esa pequeña niña.

En el momento que esa pequeña niña fue bajada de los brazos protectores de sus padres para que fueran presentados, de alguna manera, sintió como esa calidez volvía. Verla como se escondía tímida, abrazando la pierna de su mamá y mirando a los adultos, mirando al niño frente a ella. Quería llorar por ser alejada del abrazo protector de su madre pero la voz tranquila de aquel señor con bata frente a ella, fue suficiente para prestar atención.

--Ryoken, ella es Yusaku --Escucho aquella voz amable de su padre mientras le empujaba animado a que se acercara a la menor.-- Son amigos míos y de tu madre, cuida bien a tu nueva amiguita ¿Está bien? --El pequeño asintió un tanto hipnotizado, aún sin querer alejar su vista curiosa de ella.-- Trátala con mucho cuidado

--Si papá

--Yusa, cariño --Hablaba aquella mujer con cierto parecido a la niña frente a él. La mujer se agacho para acariciar su pequeña cabecita.-- El es Ryoken, es hijo del tío Kiyoshi y tía Harumi, cuida bien a tu nuevo amigo ¿Está bien? --La pequeña sintió a esa pregunta, chupaba su pequeño dedo pulgar y tomaba con fuerza la blusa de su madre.-- A partir de ahora, podrás jugar todos los días con él, así que, se una buena amiga para él

--Si mami

La menor sonrió e inmediatamente miro al niño frente a ella. Lo observaba con curiosidad hasta que al final, soltó una pequeña risita y le mostro su pequeña mano libre.

--Seamos amigos --Fueron aquellas palabras que se le entendieron a la menor.

--Si

Ryoken no dudo en tomar aquella pequeña mano y al momento de hacerlo. Fue cuando aprecio mejor esa hermosa sonrisa, como aquellos esmeraldas brillaban más y aquellas mejillas regordetas se pintaban de un color rojo con tal de seguirlo. Aquella hermosa imagen que guardaría para siempre y que sin poder evitarlo. De igual manera sonrió y soltó risitas mientras empezaban a caminar tomados de la mano y le enseñaba su casa mientras sus padres empezaban hablar sobre cosas de adultos.

Desde el momento que sus pequeñas manos se juntaron. Nunca más quiso soltarla.

Las aventuras que vivieron a partir de ese día. Las risas y la diversión con la que siempre contaban. Los llantos y el ardor de una rodilla raspada. Ryoken entendió que era una niña menor que él, tenía que tener siempre cuidado con hacer algunas cosas para evitar que ella se soltara a llorar. Por eso, nunca dejaba de soltar su mano para que le siguiera a todas partes. Ayudarle a limpiar sus mejillas cuando se ensuciaba al comer. Ayudarle a levantar cuando ella se caía y empezaba a llorar porque le dolía, siempre la tranquilizaba con un pequeño beso en su frente o en las mejillas, siempre le sacaba risitas por montón y le hacía olvidar lo que había pasado. Secar su cabello azul cuando se metían a bañar juntos o cuando jugaban en los pequeños charcos de agua que se formaban en el piso. Tomar su pequeña mano cuando dormía y las molestas pesadillas le molestaban tanto que no podía evitar llorar y despertar un tanto asustado. Siempre pedía a su mamá, su pequeño pecho siempre se estrujaba al recordar que ella nunca más regresaría para cantarle aquellas bonitas nanas y hacerlo dormir. Nunca más volvería a sentir ese toque especial a sus mejillas, la manera en la que era acunado en sus brazos y abrazaba hasta que se quedara dormido. No podía evitar sentirse triste por ello. Pero al momento que se daba cuenta que no estaba solo y que frente a él, se encontraba una dulce niña que dormía tan tranquila a su lado. No podía evitar tomar un tanto tímido sus pequeñas manos, enlazarlas con cuidado y darse cuenta de lo cálido que se sentía, de lo tranquilizador que podía llegar a ser esa simple acción.

No volveré a perderteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora