1. Piloto.

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— ¿Está completamente segura de lo que está diciendo? Es una acusación grave, a partir de aquí se abrirá una investigación y si es cierto todo lo que ha contado, señorita Jhreskov, hasta usted puede verse implicada

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— ¿Está completamente segura de lo que está diciendo? Es una acusación grave, a partir de aquí se abrirá una investigación y si es cierto todo lo que ha contado, señorita Jhreskov, hasta usted puede verse implicada.

La silla de comisaría era incómoda y la bolsa de hielo que sostenía sobre los cardenales de mi cara se estaba deshaciendo, mojándomela. Podía notar como los moratones producidos por varios golpes se inflamaban poco a poco, pero yo era incapaz de sentir dolor físico. El policía me miraba preocupado.

— Estoy completamente segura — asentí moviendo la cabeza con lentitud— Me da igual acabar implicada como todos, solo quiero que paguen lo que han hecho. 

El hombre canoso golpeó el extremo de un bolígrafo contra la mesa un par de veces, sopesando la información y quizás, decidiendo si creerme o no.

— ¿Es consciente de las consecuencias de todo esto? — insistió y yo volví a asentir. A él no le quedó otra opción que pulsar el botón rojo que tenía su grabadora de voz — Desde el principio — pidió — incluya detalles.

— Todo empezó cuando ellos comenzaron a mentir.






VARIOS MESES ANTES.

Una brisa fría se adentró en mi habitación llegándome a los pies rápidamente. Después de que la puerta chirriase, unas pisadas se escuchaban retumbar por el parqué indicando que alguien descalzo se acercaba a mi cama.
No abrí los ojos hasta que las cortinas, abiertas de par en par, permitieron que la claridad taladrase mis párpados de una forma dolorosa.
No era muy normal que el sol habitara el cielo y ese no iba a ser el día en que eso fuera a cambiar.
La mayoría de personas se cansarían de ese tiempo: de días infinitos de lluvia, viento, nieve y frío. El invierno estaba azotando con fuerza Toronto a esas alturas del mes.

Bostecé, estirándome todo lo fui capaz sobre la cama pegada a una de las paredes y miré las gotas de agua que caían haciendo una carrera por el cristal de la ventana, después giré la cabeza y levanté la mirada al chico cruzado de brazos que no se había movido de su posición desde que me había abierto las cortinas a traición.
Alcé una ceja esperando a que hablara, lo más seguro es que quisiera saber porque había llegado a casa hacia a penas unas horas.

— ¿Estás borracha? — preguntó, tenia el ceño fruncido — Tienes que estar vacilándome, Noíva.

Lo miré cerrando un ojo a causa de la claridad que inundaba la habitación y me encojí de hombros. ¿Qué esperaba que le dijera? Tenía la boca más seca que la carretera de un desierto, el estómago revuelto como si me acabara de montar en una noria y un dolor punzante y doloroso en las sienes. No quería seguir escuchando su voz. Tenia el cuerpo entumecido, cansado. Quería seguir durmiendo hasta la hora de comer.

Se llevó la palma de la mano a la cabeza, bufando levemente y se marchó murmurando cosas por donde minutos antes entró, dejándome sola.

Jonah no era mucho más alto que yo y para ser mellizos, éramos bastante diferentes. En vez de tener los ojos marrones como el barro, tenía unos inmensos ojos azul oscuro, grandes y con pestañas largas y claras. Su pelo también era lacio, pero no estaba maltratado por decoloraciones o tintes y a diferencia de mi, que los mechones negros casi me llegaban al coxis, él siempre lo llevaba muy corto porque no le gustaba invertir tiempo en su pelo. Tenía la cara flacucha, las cejas gruesas, los labios finos y poca barba. Además no tenía ningún tipo de piercing o tatuaje, los detestaba casi tanto como a mi me gustaban. En su cara se repartían muy pocas pecas en comparación a las que poblaban mi nariz y pómulos. Su condición física, afortunadamente para él, tampoco es que se pareciera mucho a la mía. Nunca había ido al gimnasio y si fuera por él solo comería comida basura pero mantenía una figura ejemplar de un deportista. 

El precio de los excesos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora