22. Espejismos

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Una hora antes.

Caminar con el ceño fruncido ya era algo que se le estaba haciendo costumbre a la joven Isabelle Black, especialmente cuando su destino era el despacho de Dolores Umbridge, todo por haber defendido a su hermano mientras esta lo acusaba, de manera indirecta, de decir mentiras a la comunidad mágica. Sus labios pronunciaban en susurros palabras que nunca se le iban a escuchar decir en voz alta mientras sus pies tocaban el piso con mayor fuerza de la necesaria; solo miraba al frente sin importarle quienes pasaban a su lado hasta que cruzó su mirada con la gris de Draco Malfoy, que al momento de verla, se acercó a paso apresurado con un ceño igual o peor al que ella tenía.

—¿Es mi idea o me has estado evitando estos días?

Ella seguía caminando y a Draco no le quedó de otra más que seguir su paso.

—Es tu idea —respondió enseguida— ahora no puedo, Draco, estoy castigada.

—Escuché lo que hiciste —dijo en un tono alejado a la burla que siempre utilizaba con ella y al ver que no se detenía le tomó del brazo para que ambos dejaran de caminar— no debiste meterte en problemas y menos a causa de Potter.

—Bueno, es mi amigo, tenía que hacerlo —respondió con voz dura y arrebató su brazo de su agarre— no es contra ti, Draco, pero debo irme.

La causa de su distanciamiento no era de manera exclusiva por el enojo que sentía por Umbridge, algo de razón tenía Draco al decir que lo estaba evitando, pero era que a Isabelle no le gustaba mentir y pensaba que seguir con su amistad en una mentira tan grande como lo era su verdadero linaje no sería bueno para ninguno de los dos. El pequeño gesto de tristeza que su encuentro con Draco le había causado desapareció por completo cuando se vio frente a la puerta del despacho de la profesora Umbridge y dio un profundo suspiro antes de tocar la puerta de madera que la separaba de la siguiente peor hora de su día.

—Adelante —escuchó con aquella irritable voz— ¡Ah, señorita Black! La estaba esperando, pase.

Sin decir nada, Isabelle se adentró al lugar y pudo apreciar mejor toda la decoración del despacho; si el rosa era de sus colores favoritos, después de haber estado ahí lo habría odiado de por vida, todo era de ese color, tan excesivo que le pareció vomitivo, tanto eso como el hecho de que sus paredes estaban llenas de fotografías de gatos que no dejaban de observarla ni un segundo, jamás se había sentido tan incómoda en su vida y eso a Dolores Umbridge, parecía brindarle satisfacción.

—Tome asiento, señorita Black —dijo de manera animada mientras apuntaba a la mesa y ella se movía— ¿té?

—No, gracias —respondió sin gesto alguno después de sentarse donde se le indicó.

—Mejor así —siguió con un asentimiento mientras movía la pequeña cuchara en su taza— tanta cafeína no es buena a su edad, le daña el cerebro. En especial cuando le ponen mucha azúcar, en lo personal a mi me gusta dulce, pero no tanto, unas tres cucharaditas me parecen siempre suficientes.

—¿Me va a decir cuál es mi castigo? —interrumpió con una voz irreconocible, esa mujer si que sacaba lo peor de Isabelle.

La profesora Umbridge se le quedó viendo por la interrupción y con una sonrisa asintió de nuevo para dirigirse a su escritorio y tomar un pergamino junto con una pluma del mismo tono rosa que las paredes.

—Directo al grano, muy bien —rió— aunque bastante grosera, deberá corregir eso. Unas cuantas líneas y se dará por satisfecha.

La chica tomó el material que se le dio y alzó la vista una vez más para seguir con las instrucciones de lo que plasmaría en el papel.

Harry tiene una hermanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora